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El lenguaje científico es también lenguaje claro

Publicado en "Iformados", Por Javier Badía
 
Recuerdo muy bien cuando, en la defensa de mi tesis en la Facultad de Ciencias de la Comunicación, uno de los miembros del tribunal que la juzgaba, me dijo:

A su trabajo de investigación le falta estilo académico. Está escrito en un lenguaje muy periodístico.

¿Qué había de elogio (si lo había) y qué de censura en aquel comentario? Para mi desgracia soy de los que tienden a pensar que lo que hacen es lo adecuado (una seguridad que me lleva a cometer muchos errores y equivocaciones), y le daba vueltas y vueltas a aquella incómoda observación. Y es que estilo académico o lenguaje académico me sonaba a lenguaje críptico. Y lenguaje periodístico, sinónimo para el caso de “se entiende todo lo que dices” (lenguaje claro), era rebajar mi trabajo de investigación.

Pasado el tiempo, llega la reflexión. Si aceptamos como sinónimo de lenguaje académico el lenguaje científico, podríamos preguntarnos: ¿es el lenguaje científico un lenguaje críptico? Pues sí y no. Sí, porque el destinatario de nuestro trabajo científico es en principio una comunidad muy determinada y, lógicamente, si manejamos un lenguaje especializado, con palabras cuyo significado solo entienden los iniciados, fuera de ese círculo el lector puede no entender. Y no, porque a pesar de lo dicho, hoy la difusión universal del conocimiento, gracias al soporte electrónico, nos va a dar un amplio abanico de lectores no especializados. Estamos obligados al lenguaje claro.

Escribí mi tesis en un Macintosh Classic (principios de los noventa), todavía lejos del uso de internet y muy cerca del uso de la máquina de escribir. Para entonces ya tenía que manejar conceptos de ortotipografía (una novedad, si no trabajabas en artes gráficas), que hoy son imprescindibles en la edición directa en la Red. Pero eso, cuerpos y familias de letras, el uso de las cursivas, negritas y versalitas, sangrado de textos, etcétera, ya es (ya era) lo de menos. Los originales, escritos a máquina o a ordenador, se seguían enviando a la imprenta.


El concepto de publicación científica es hoy el mismo que el de hace veinte o treinta años: pretende mostrar o demostrar algo, exponer una tesis; siempre con el rasgo fundamental de la originalidad. Para ello –la transmisión del conocimiento– se va a servir siempre de la expresión escrita. Y para expresarse por escrito con intención de comunicar eficazmente, la regla es sencilla: lenguaje claro contra lenguaje oscuro.

El artículo científico está muy estructurado. En primer lugar, por la propia revista que lo va a recoger, que establece unas normas de obligado cumplimiento para el investigador que quiere publicar (le da la seguridad de que su trabajo no será rechazado por razones formales). En segundo lugar, por la convención internacional, que define la fórmula IMRAD (Introduction, Material and Methods, Results and Discussion / Introducción, material y métodos, resultados y discusión). Y nos queda el estilo, que ha de ser en un registro formal (culto), que exige unos usos considerados correctos, por cuanto están dentro de las normas de la gramática y de la ortografía.

El plural de modestia (“Nosotros pensamos que este procedimiento…”) ya es un anacronismo. Cuando el autor es único: primera persona del singular; si son varios: primera persona del plural. El lenguaje científico debe ser neutro: correcto, con el nivel que corresponda al destinatario natural de la obra, sin pedanterías; con recursos léxicos, si es el caso, adecuados al lenguaje técnico; y en ese sentido, también será preciso y, desde luego, coherente. Por su neutralidad no tiene cabida lo políticamente correcto (los eufemismos sirven para ocultar realidades: aunque la tentación sea escribir “excedente empresarial”, se deberá escribir “beneficios empresariales”), pero sí se debe evitar cualquier discriminación en el lenguaje. Aquí, tampoco hay lugar para la retórica.

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