Viejo axioma del peronismo: “el que avisa no traiciona” y el peronismo / kirchnerismo viene avisando. Nadie podrá decir, luego, que no sabía o que pensaba que estaba votando un versión “light” del kirchnerismo que gobernó desde el 2003 hasta el 2015. Nada de eso. El espacio representado por la fórmula de los Fernández está anunciando lo que hará en el caso de llegar al poder.
Por Martín Pitton (Periodista y conductor del programa Contrapunto)
El kirchnerismo tiene dos obsesiones principales: el Poder Judicial y los medios de comunicación. Le molesta y les cuesta convivir con ellos.
El kirchnerismo registra al Poder Judicial y a los medios como parte de una alianza política que busca su derrota aliada con el gobierno. Es claro que el kirchnerismo propone un formato de país muy distinto al actual, que no es lo mismo que proponer políticas distintas al actual gobierno. Aun cuando Alberto Fernández haya dicho que no está de acuerdo con reformar la Constitución, nada indica que no vaya a cambiar de idea si ello fuera necesario. Se sabe que las promesas de los políticos argentinos siempre cede ante el pragmatismo.
A principios de año, el intendente de San Antonio de Areco, Francisco Paco Durañona, propuso ampliar la Corte Suprema de Justicia de la Nación con “militantes nuestros”. Si bien luego aclaró que se trataba de nombrar ministros con la misma ideología política como hacen los norteamericanos también explicó que los fallos no deberían estar disociados del programa de gobierno. De ello, bien puede interpretarse una visión de la justicia más política que técnica. Sus declaraciones fueron las primeras que prendieron las alarmas en varios sectores.
A ese planteo, más tarde le siguieron los de Mempo Giardenelli de abolir al judicial como un poder del Estado y convertirlo en un mero servicio administrativo de justicia. En esa misma línea se sumó la iniciativa de aprobar una ley especial para revisar las sentencias en casos de corrupción propuesta pr el ex juez de la Corte Eugenio Zaffaroni. Alberto Fernández, que hace equilibrio para amortiguar los exabruptos de sus compañeros de ruta, ha dicho: «Cuando alguno se rasga las vestiduras porque yo digo que los jueces van a tener que explicar lo que escribieron, no me lo van a tener que explicar a mí, se lo van a tener que explicar al sistema institucional argentino, al Consejo de la Magistratura, a quién corresponda. No soy yo quién va a pedir explicaciones».
Nadie podrá negar que el candidato es un hábil declarante pero no se trata de rasgarse las vestiduras. Las palabras del compañero de fórmula de Cristina Fernández son preocupantes. El Consejo de la Magistratura tiene facultades disciplinarias sobre los magistrados, así siguiendo el argumento su argumento puede concluirse que los jueces deberán “defender” sus sentencias ante ese organismo. De esta manera, se llega fácilmente a la conclusión que en base a los fallos sus autores serán sancionados o no. No parece ser una visión muy republicana sancionar disciplinariamente a un juez por el contenido de sus fallos. El ex Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner parece olvidar que el sistema judicial argentino cuenta en materia penal con un robusto sistema de revisión, que tiene como finalidad resguardar las garantías constitucionales de los imputados. Sin embargo, de sus declaraciones para desprenderse que Fernández busca el castigo de los jueces.
La denominación de “presos políticos” a los ex funcionarios del gobierno anterior encarcelados por casos de corrupción, definidos así por el ex juez de la Corte Raúl Zaffaroni y el humorista Dady Brieva; sintetiza un posicionamiento político inequívoco sobre el tema. Si se toma en cuenta que un preso político es cualquier persona detenida sin conexión con delitos tipificados, la visión de Zaffaroni y la de Brieva es que todos los ex funcionarios son inocentes y son sometidos a un proceso que inventado que sólo busca perseguirlos por sus ideas políticas. En suma, no hay nada que investigar porque ninguno delinquió y todo se trata de una construcción mediática y pseudo jurídica orquestada por el actual gobierno. Frente a estas definiciones es difícil no pensar que en caso que triunfe la fórmula Fernández y Fernández no se implemente algún mecanismo para liberar a sus “presos políticos”. Ello no significa avalar todo lo que ha hecho el poder judicial hasta ahora o elevar a la altura de próceres al juez Claudio Bonadío y al fiscal Carlos Stornelli, éste último dando un lamentable espectáculo al negarse a presentarse ante el juez Alejo Ramos Padilla.
Es claro que el kirchnerismo tiene en carpeta otro sistema de justicia aunque aún no se lo haya revelado en toda su dimensión. Ello no es nuevo. Cristina Fernández de Kirchner ya intentó en su presidencia “democratizar” la justicia con un proyecto que en parte fue rechazado en el Congreso. Nadie podrá decir que el kirchnerismo no está avisando que en caso de llegar al poder hará cambios profundos en el sistema judicial y que ello redunde en un nuevo formato con una concepción más política que jurídica.
La otra obsesión de Cristina Fernández de Kirchner y sus seguidores son los medios de comunicación y los periodistas. La ex presidente dijo en Mar del Plata que en oportunidad de ser entrevistada por Luis Novaresio, uno de los periodistas más correctos y educados del país, se sintió interrogada y afirmó que “solo faltaba que me pusieran un reflector adelante y me hicieran algo desde atrás”. Es casi lo mismo que comparar a Novaresio con un torturador. Un juicio deleznable por cierto. Sin embargo, ello revela con una honestidad brutal el desprecio que siente la ex presidente por el ejercicio del periodismo. Ya se sabe que Cristina Fernández solo se siente cómoda en lugares donde se cumpla al pie de la letra con un libreto que le sea favorable. Nada de preguntas del tipo ¿cómo hizo su fortuna? o ¿se arrepiente de haber elegido a Amado Boudou como compañero de fórmula? Y mucho menos que responda si considera a Julio De Vido como un preso político. Nada de eso. En forma permanente sequeja de un blindaje mediático que protegería a Mauricio Macri y a su gobierno, en todo caso similar al que ella implementó durante su gestión. Eso, claro está, no exonera a Macri que también elige atmósferas controladas muchas veces para dar sus entrevistas; pero también es cierto que el actual presidente habló con periodistas de todos los medios. Luego de la polémica generada por sus dichos sobre Novaresio ensayó un pedido de disculpas a través de su cuenta de Twitter: “Quiero decirle que como surge claramente de la exposición y el contexto en que lo dije, lo hice en un sentido obviamente metafórico y para que pudiera entenderse claramente la diferencia en la forma de entrevistar a los candidatos del gobierno y a los candidatos de la oposición”. En primer término es una metáfora bastante poco feliz, que recuerda a aquella de los goles “desaparecidos”. En segundo, deja aclarado por si alguien lo dudaba, que le molesta el periodismo. Que le molesta que le pregunten. Aun cuando este gobierno esté protegido por una red mediática y haya un doble standard por parte de algunos periodistas, eso no significa que su argumento sea válido y mucho menos democrático. En todo caso ambas posturas están mal. Fue una disculpa a medias.
Pocos días atrás, en el cruce que protagonizó Alberto Fernández con Mario Pereyra dijo algo que pasó inadvertido. Acusó al periodista de ser opositor, ese “descuido” del candidato en medio de la discusión exhibe en forma explícita la visión que el kirchnerismo tiene de la prensa. Ubica al periodista como parte del arco político al llamarlo “opositor” y a él como oficialista, es decir como el ganador de una elección que aún no se llevó a cabo. Para Fernández un periodista no puede tener una opinión sin que ello tenga un correlato político y hasta partidario. Eso no es otra cosa que el periodismo militante. Por eso, el mote de “opositor” endilgado a un periodista que pregunta y opina es una acusación y no solo una incorrecta calificación.
Alberto Fernández se molesta cuando le preguntan por los casos de corrupción del kirchnerismo. Se ofusca y se defiende diciendo que el no se hace cargo de lo que hicieron otros. Parece concebir a esas preguntas del periodismo como un ataque para favorecer la reelección de Mauricio Macri. Se equivoca el ex jefe de gabinete cuando se fastidia. Nadie quiere que se haga cargo de latrocinios ajenos pero lo que se espera de él es una definición política. Una exigencia más que razonable para alguien que pretende volver a llevar al poder a un espacio político marcado por decenas de casos de corrupción. De ese mismo del que se alejó y condenó con vehemencia desde el llano. Las preguntas son más que pertinentes y en una democracia los candidatos deben contestar porque la sociedad tiene derecho a saber. No se trataron de corruptelas aisladas perpetradas por meros empleados infieles, su propia compañera de fórmula colecciona procesamientos y prisiones preventivas y su ex compañero de fórmula –Amado Boudou- se encuentra cumpliendo una condena por el caso Ciccone. Acaso no es lógico consultarle al candidato si sigue pensando en forma crítica de parte de la gestión de Cristina Fernández. Preguntas que, dicho sea de paso, también le cabrían a Sergio Massa.
Probablemente, a Fernández más que las preguntas inoportunas del periodismo “opositor”, le incomode el pasado del espacio político que representa y que pone en tela de juicio la promesa de futuro. Amado Boudou, Lázaro Baez, Cristobal López o Julio de Vido son nombres propios que empañan el relato de un kirchnerismo maduro y reflexivo.
El kirchnerismo está avisando que va a revisar el funcionamiento de la justicia y a los jueces que condenen a es funcionarios de sus gobiernos. Son varias voces que se pronuncian en la misma dirección como para no inferir que algo está pasando. En relación con el periodismo, las reacciones de Alberto Fernández y las definiciones de Cristina Fernández de Kirchner, más allá de sus disculpas en tiempos de campaña, avizoran el renacimiento del periodismo militante y opositor. Nada nuevo. El kirchnerismo está avisando, nadie podrá decir que no sabía.
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