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"Existe una relación casi colaborativa entre terrorismo y medios de comunicación"

"Todos reconocemos al terrorismo cuando ocurre, pero definirlo ha resultado mucho más complicado”, afirma Ana Prieto, quien nació en Mendoza, en 1975. Ella es licenciada en Comunicación y periodista, consultora de la Red de Periodistas Internacionales IJNet, colaboradora de la Revista Ñ y otros medios gráficos de América Latina y España. Pero también ella es la autora del muy preciso ensayo "Todo lo que necesitás saber sobre terrorismo". Sin duda, una temática muy del siglo 21. Los actos de terrorismo han sido utilizados por grupos diversos, en nombre de diferentes luchas y en lugares del mundo muy distintos. Pero el terrorismo tiene una muy compleja relación con los medios de comunicación social. Aquí algunos fragmentos del trabajo:

(Urgente 24)


Una combatiente kurda, conocida bajo el seudónimo de Rehana, era una de las caras más importantes de la resistencia contra el Estado Islámico después de una foto que se viralizó en las redes sociales, en la que la joven se mostraba haciendo el signo de la paz con sus dedos. La joven militante era considerada como un símbolo de esperanza en la asediada ciudad fronteriza siria de Kobane, después de que un periodista publicara en la red social Twitter una foto suya, e informó que Rehana había matado a cerca de 100 yihadistas del Estado Islámico. Ella fue decapitada por el grupo yihadista.

por ANA PRIETO


La literatura sobre la relación entre medios de comunicación y terrorismo suele invocar lo que en 1978 dijo uno de los pioneros en la investigación del impacto social de la común ocasión masiva, Marshall McLuhan: “Sin los medios, el terrorismo no existiría”. El semiólogo y escritor italiano Umberto Eco sostuvo por entonces algo parecido: “El terrorismo es un fenómeno de la época de los medios de comunicación de masas. Si no hubiera medios masivos, no se producirían estos actos destinados a ser noticia”. El principio terrorista de la “propaganda por el hecho”, sin embargo, es muy anterior a los medios masivos y globalizados de hoy.

Desde los albores del terrorismo, entendió como un modo de organizar la violencia política, una de sus intenciones fundamentales ha sido la de comunicar. Hay un elemento cualitativo que concierne aquí, y es la función simbólica del acto terrorista. (...) sus blancos son, en general, la representación de algo: de una opresión. De una cultura, de una ideología, de un sistema, de un enemigo. Para que ese acto simbólico se haga público y notorio, debe ser difundido. Un delincuente común no quiere que su acción se conozca; un terrorista, en cambio, sí. Solo en dos casos se intentará ocultar la acción: en la extorsión y en el terrorismo de Estado.

[En 1975, Brian Jenkins, hoy asesor de la corporación Resarch and Development (RAND), escribió que el terrorismo “quiere a mucha gente mirando, pero no a mucha gente muerta”. En 2006 reformuló su idea, para decir que el terrorismo “quiere a mucha gente mirando y a mucha gente muerta”. Jenkins no es el único que opina que hasta los años '90 los actos terroristas se despliegan bajo cierto código de ética y de sentido de la proporcionalidad en el uso de la violencia, a sabiendas, además, de que un excesivo derramamiento de sangre sería perjudicial para su causa. Según el autor, con el cambio de milenio “el odio étnico y el fanatismo religioso reemplazaron las agendas políticas”, y el terrorismo se volvió más letal y espectacular: “la necesidad de aparecer en los titulares exige una mayor cantidad de muerto”.] 

Los atentados terroristas, mediante el uso de violencia contra un grupo de víctimas, buscan coaccionar a una audiencia más amplia. Las víctimas inmediatas son, por lo común, instrumentales.

Aparte de la “propaganda por el hecho”, o del atentado como tal, muchas agrupaciones han desplegado su propio aparato de propaganda, desde el diario Rabocachay Gazeta, de los naródniki (revolucionarios rusos de 1860), a los comunicados de ETA frente a las cámaras, desde las emisiones radiales y televisivas del IRA Provisional y la Ulster Volunteer Force (que fueron prohibidas por el gobierno británico entre 1988 y 1994) a las matanzas casi coreográficas que hace el Estado Islámico frente a dispositivos HD.

La masificación del mensaje terrorista, sin embargo, solo ha sido posible gracias a la intercesión de los grandes medios de comunicación. Hasta la aparición de Internet, las emisiones televisivas en vivo y en directo fueron la caja de resonancia por excelencia del fenómeno terrorista. 

En este sentido, una de las tesis más comunes y extendidas acerca de la relación entre los medios y el terror es la de la simbiosis: los medios ofrecen a los actos terroristas una plataforma inmediata, gratuita y potencialmente masiva que convierte a sus responsables en protagonistas de la realidad. Estos, por su parte, les dan a los medios el tipo de espectáculo que necesitan para satisfacer a su público: acción, incertidumbre, emociones fuertes y una lucha entre buenos y malos. Así mirado, los medios pasan a tener buena parte de la culpa del estado ansiedad que el terrorismo quiere provocar, y además han sido acusados de proporcionar una plataforma de comunicación a los terroristas; restar eficacia a las acciones policiales; promover un “efecto de contagio”, por el que los actos vistos en la pantalla serían imitados por otros; presionar, a las autoridades a cumplir con las demandas de los terroristas; proporcionarles infor mación valiosa, reforzar su sentido de poder; explotar el efecto sensacionalista del terrorismo, y magnificar desproporcionadamente su capacidad  destructora.

¿Sabías que el terrorismo equilibra su limitada capacidad de violencia con una combinación de actos de terror y de propaganda?

Pero no todos aceptan la linealidad de la tesis de la relación simbiótica. Para el sociólogo francés Michel Wieviorka, existen tres modos paradigmáticos de vinculación entre los medios y el terror. En el primero, los atacantes buscan activamente que su acto tenga repercusiones mediáticas y quieren ser protagonistas de la cobertura. Fue el caso de la crisis de rehenes en los Juegos olímpicos de Múnich en 1972, que veremos en detalle en el siguiente apartado. También fue el caso del secuestro de ministros petroleros por parte de Carlos “el Chacal” en 1975, quien se negó a abandonar la sede austríaca de la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP) con los rehenes mientras no llegaran las cámaras de televisión.

En el segundo vínculo observado por Wieviorka, el incidente está más liderado por los medios que por los terroristas. Fue el caso del secuestro por Hezbolá del avión  TWA 847 en ruta Atenas Roma el 15 de junio de 1985. Apenas se supo del evento, canales de televisión, radioemisoras y diarios de todo el mundo reprodujeron una y otra vez las aterradas palabras del piloto cuando intentaba obtener el permiso para aterrizar en el aeropuerto de Beirut: “Tienen una granada de mano y va a hacer explotar el avión. Tenemos, repito, tenemos que aterrizar en Beirut. No hay alternativa”. Cuando finalmente se dio permiso para el aterrizaje, el piloto, desesperado por la pasividad del personal de tierra, rogó por combustible: “¡Están golpeando a los pasajeros, están golpeando a los pasajeros, están amenazando con matarlos ahora, están amenazando con matarlo ahora, queremos combustible! ¡Ahora, inmediatamente!& rdquo;. Después habló uno de los secuestradores: “¡Si alguien se acerca, hacemos estallar el avión! ¡O le cargan combustible o lo hacemos explotar!”. No es difícil imaginar el efecto de ese diálogo en una audiencia masiva.

El secuestro duró 17 días, y fue emitido por televisión durante esos 17 días. Se produjo tal despliegue de prensa alrededor de la aeronave, que el piloto pudo ser entrevistado asomando la cabeza desde la cabina de control, hasta que uno de los secuestradores le tapó la boca mostrando sus armas, en una de las imágenes más icónicas de la historia del terrorismo internacional. Finalmente los captores se internaron de Beirut con los rehenes que quedaban, y escaparon tras soltarlos. Poco después, la administración israelí liberó a más de 700 presos chiíes libaneses –tal era la demanda de Hezbolá-, pero negó que tuviera relación alguna con el secuestro del TWA 847.

Todo el asunto llevó a la primera ministra británica Margaret Tatcher, famosa por su intransigencia ante las demandas del IRA, a pronunciar una de sus frases más memorables: “Los terroristas deben ser privados del oxígeno de la publicidad del que dependen”.

En el 3er. tipo de vínculo que señala Wieviorka, la repercusión mediática no es responsabilidad ni de los terroristas ni de los periodistas, sino de alguna autoridad o figura pública –funcionarios, policías, abogados-, que despierta una y otra vez el interés en un suceso que de otro modo se desvanecería. En este vínculo también tiene su lugar las asociaciones de familiares de víctimas del terrorismo, organizadas para aumentar la conciencia pública, preservar la memoria y exigir justicia, y que, desde luego, no mantienen una “relación simbiótica” con el terrorismo.

[En 2003 el periodista de Al Jazeera Taysir Allouni, quien había conseguido entrevistar a Osama bin Laden tras el 11 de septiembre, fue detenido en su casa de España bajo cargos de colaboración con  Al Qaeda. El juez Baltazar Garzón lo sentenció a siete años de prisión en el año 2005. En 2012, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó la parcialidad del juicio y exigió que el Estado Español indemnizara a Allouni.]

Ahora bien, el 11 de septiembre de 2001 supuso un cambio profundo en la relación emocional de los ciudadanos globales con el fenómeno terrorista. Antes de esa fecha, el terrorismo era un evento impresionante, altamente emotivo y ampliamente condenado, peor no muy distinto de cualquier crimen que no tocara a la propia puerta. Es muy difícil que un danés recuerde el atentado a la AMIA, que un japonés sepa del último asesinato de ETA, o que un argentino recuerde el nombre de algún miembro del IRA. 

En cambio, difícilmente olvidemos cuándo y cómo cayeron las Torres Gemelas y quiénes se adjudicaron la autoría del hecho. Los blancos escogidos, la naturaleza de los ataques y la enorme cantidad de víctimas justificaron la intensa cobertura que se le dio, pero aparato mediático global que se montaría en nombre de la guerra contra el terrorismo dejó en claro que después de golpear al país más poderoso del mundo, los efectos del terrorismo tocarían a la puerta de todos.

En pocas palabras: Existe una relación natural y, en ocasiones, colaborativa entre el terrorismo y los medios de comunicación. (...)

Terror 2.0

Internet es utilizado diariamente por grupos extremistas de todo tipo para distribuir propaganda, comunicarse con su seguidores, reclutar e incluso ejecutar operaciones. Los sitios web se mantienen a bajo costo, garantizan comunicaciones anónimas e instantáneas y facilitan un entorno multimedia, además de escapar de la censura o de otras formas de control gubernamental. El potencial de difusión de imágenes y discursos en la red es prácticamente ilimitado, y a la facilidad de emitir mensajes globales se han sumado grados de sofisticación y de crueldad que han alcanzado niveles inéditos.

La difusión masiva de fotografías o videos de rehenes y atentados tiene una historia de más de 40 años. El 12 de septiembre de 1970, el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) hizo estallar tres aviones en el aeropuerto Jordan, de Dawson´s Field, como culminación del secuestro aeronáutico más osado y mejor coordinado hasta la fecha. Las imágenes de las explosiones fueron utilizadas durante años por la televisión como ejemplo de la barbarie terrorista, generalmente sin aclarar que los aviones estaban vacíos al momento del estallido y que todos los rehenes habían sido liberados. En cualquier caso, con ese golpe de efecto el FPLP quiso entrar en la memoria colectiva con un gran espectáculo estremecedor.

[La ejecución de Saddam Hussein por ahorcamiento el 30 de diciembre de 2006 fue filmada con un celular y se viralizó rápidamente. George W. Bush la celebró como un “hito importante” en el camino hacia la democracia iraquí y la guerra contra el terror. Por las críticas que llovieron, una semana después se vio obligado a decir que hubiera deseado que Husein fuese ejecutado “de un modo más digno”.]

Los comunicados, fotografías y videos que difundes las agrupaciones armadas suelen producir un efecto de impotencia en la sociedad, que nada puede hacer con lo que lee o ve en esos mensajes, enviados desde la clandestinidad. Como prueba de vida y como propaganda. Las Brigadas Rojas de Italia adjuntaron a su “Comunicado Nº7”, una fotografía de Aldo Moro, su rehén más célebre. La imagen fue publicada por el diario La República el 19 de marzo de 1978, y se convirtió en el ícono del cautiverio de cincuenta y cinco días del líder de la Democracia Cristiana, que culminó en su asesinato. ETA, por su parte, utilizó fotografías de sus secuestrados como método de coerción. Tras matar al empresario Ángel Berazadi en abril de 1976, la organización envió a otros empresarios una carta para solicitar el “impuesto revolucionario”, a la cual agregaron una foto de Berzaldi, vivo y encañonado.

[¿Sabías que… en junio de 2015 Europol creó una unidad para detectar y cerrar cuentas del Estado islámico en Twitter?]

El 16 de marzo de 1985, durante la Guerra Civil Libanesa, el periodista de Associated Press, Terry Anderson, fue secuestrado en Beirut por un comando chií en el Líbano y mantenido cautivo durante casi siete años, porque a su regreso se ganó el mote de “Longest-Held Hostage in US History” (“El hombre que estuvo secuestrado más tiempo en la historia de Estados Unidos”). Sus captores enviaban continuamente fotografías y videos de él y de otros rehenes a la prensa, a veces como prueba de vida, y a veces con mensajes recriminatorios a las administraciones de sus respectivos países (“¿Por qué el gobierno aumenta nuestro sufrimiento ignorándonos?”, dijo Anderson). También eran obligados a hablar positivamente sobre los responsables de su encierro.

Esas emisiones masivas y amenazadoras que tanto impresionaron a los espectadores de entonces palidecen frente a los niveles de violencia que las agrupaciones terroristas han sido capaces de alcanzar ante cámaras desde los años '90. Quizás los separatistas chechenos que se pasaron al islamismo más radical sean quienes hayan inaugurado la tendencia. En 1998, 4 ingenieros de Ranger Telecom (3 estadounidenses y 1 neozelandés) fueron secuestrados por un comando liderado por Abri Barayev –a quien precedía su fama de psicópata-, y se pidió un rescate millonario sobre el que existe una oscura red de sospechas y responsabilidades. En primer lugar, los motivos de Barayev distaban de ser políticos o religiosos: estaba estrechamente relacionado con Salvadi Adburzakov, dueño de la compañía de telefonía móvil chechena BiTelm cuyo negocio se veía amenazado por la llegada de los ingenieros. 

Además, se produjo en momentos en que Valdimir Putin quería intervenir militarmente en Chechenia; varios investigadores creen que fueron los propios servicios secretos rusos los que ofrecieron más dinero que Granger Telecom para efectuar el rescate. El propósito explícito era no pagar, de manera que los rehenes fuesen decapitados, lo que finalmente ocurrió. Barayev filmó el crimen, y además de torturar a otros rehenes con esas imágenes, estas terminaron, junto con muchas otras, en el Kremlin, desde donde fueron difundidas como propaganda para apoyar la invasión rusa a Chechenia. No sería la primera vez que las atrocidades cometidas por una parte fuesen utilizadas por otras para justificar más atrocidades.

Aunque Barayev haya grabado sus crímenes, estos no estaban destinados al gran público. Ese salto cualitativo se dio el 21 de febrero de 2002, cuando se difundió la decapitación del periodista estadounidense Daniel Pearl, en Pakistan. El video fue enviado al consulado estadounidense en Karachi y luego difundido por la cadena de CBS, que omitió la escena de la muerte. Pocos días después, la secuencia completa estaba disponible en Internet, y sigue allí.

[Al Qaeda y el Estado islámico tiene sus propias revistas digitales, en inglés, llamadas respectivamente inspire y Dabiq. La primera, fundad en 2010 y con trece ejemplares a diciembre de 2014, está dirigida sobre todo a “lobos solitarios” de Occidente, con instrucciones didácticas para fabricar explosivos, además de entrevistas, citas y homenajes, en un formato amistoso y moderno. Dabiq, fundad en julio de 2014 y con nueve ejemplares publicados a junio de 2015, apunta a explicar por qué las acciones del Estado islámico tiene una justificación religiosa y política, al tiempo que relata su estrategia global, su solidez organizativa y victoria inminente. Los atentados son un propósito menor en esta publicación, que o se priva de incluir imágenes que violencia explícita bajo un diseño equilibrado y elegante.]

La decapitación al aire se convirtió en marca con Abu Musab al Zarqawi, líder de Tawhid al Yihad, que más tarde pasaría a ser Al Qaeda en Irak. El 12 de mayo de 2004, se hizo pública la decapitación del empresario estadounidense Nichlas Berg, en manos del propio Al Zarqawi. Berg estaba vestido de naranja, en una clara alusión a los uniformes de los presos de Guantánamo. Ese años se difundieron otras diez decapitaciones, y fue nada menos que Ayman al Zawarhiri, mano derecha de Osama bin Laden, quien instó públicamente a Al Zarqawi a desistir de esa técnica, a riesgo de perder “las mentes y los corazones” de los musulmanes.

Pero 10 años después, el Estado Islámico las volvió a traer al centro de la escena, con un despliegue formidable de alta definición y escenografía. Las filmaciones de Al Zarqawi, de aficionado y en sórdidos sótanos, son la prehistoria de esas nuevas emisiones hechas a medida de una gran público que no pudo menos en términos de calidad de imagen, sonido, montaje y narración, y que puede desinteresarse rápidamente si el material no está en un formato viralizable y móvil.

Facebook prohíbe la publicación de cuerpos desnudos en cualquier contexto, pero permite la publicación de contenido violento, incluso de actos terroristas, siempre y cuando se difundan “para reprobarlos o concientizar”.

Se ha insistido en que esos videos sangrientos son una herramienta que el grupo utiliza para reclutar, pero lo cierto es que están más bien dirigidos a aterrorizar a un público internacional (y también a satisfacerlo: el Estado Islámico entiende bien la relación morbosa de la sociedad occidental con la espectacularidad de la violencia). 

En cambio, su estrategia de reclutamiento está en manos de su “departamento de prensa”, Al Hayat, fundado en mayo de 2014. En 8 breves videos inaugurales llamados mjujatweets, se muestran  las bondades de formar parte del flamante Estado. Hombres de distintas nacionalidades prometen una vida de felicidad y prosperidad para quienes se les unan, mientras caminan por plazas llenas de niños alegres comiendo helado, o mercados rebosantes de coloridas verduras. En ninguno de esos materiales se muestran los fusilamientos de musulmanes chiís y cristianos, las decapitaciones de extranjeros, o los asesinatos de homosexuales arrojados al vacío.

Al Hayat difunde otros videos de mayor duración, donde yihadistas de diferentes países (incluyendo Canadá y Bosnia) explican por qué el espectador debería acercárseles. Esos mensajes apuntan sobre todo a jóvenes musulmanes que no se han insertado o que son discriminados en los países en los que nacieron, como Francia, Inglaterra o Alemania. Al igual que en los canales evangélicos latinoamericanos dicen a su público que el motivo de su depresión radica en no haberse encontrado con Dios. Pero agregan que el cuerpo mundial de fe al que pertenecen está siendo humillado y masacrado, y que deben unirse al Estado islámico para luchar por su identidad.

En pocas palabras: Internet y las redes sociales facilitan la difusión masiva y personalizada de la propaganda extremista. (...)

Después del atentado, ¿El terrorismo funciona?

Existe un amplio debate acerca de la efectividad de la estrategia terrorista como vía para concretar cambios sociales, terminar con una ocupación, lograr una autonomía territorial, u otros objetivos políticos. No existen, en verdad, respuestas absolutas: una organización puede ser exitosa en un nivel y no en otro. Por ejemplo, puede obtener cierto apoyo popular pero pocos reclutas, como ocurrió con la Fracción del Ejército Rojo alemán, o el reconocimiento internacional de una causa por no su objetivo final, como ocurrió con Fatah. Que las campañas terroristas no consignan, por lo general, concesiones políticas significativas no supone, sin embargo, que sean un completo fracaso.

Para reflexionar acerca de la eficacia del terrorismo, conviene desglosarlo en 3 niveles de análisis: el táctico, el estratégico y el organizativo.

En términos tácticos, el terrorismo está diseñado para asesinar o dañar a personas, destruir infraestructura, inspirar miedo y enviar un mensaje. En términos de daño, a nivel global la eficacia de la táctica terrorista de las agrupaciones clandestinas queda muy atrás en la escala de causas de muerte no natural. Si bien entre 2000 y 2015 la cantidad de personas que perdieron la vida en atentados terroristas se quintuplicó, las guerras civiles o entre Estados, las invasiones y los actos de agresión dejan anualmente muchas más víctimas fatales y pérdidas materiales. Lo mismo ocurre con el crimen: 2012, 437.000 personas murieron en homicidios y 11.000, en atentados terroristas.

La eficacia táctica resulta más evidente cuando se consideran los efectos de cada atentado en particular y la intención de los perpetradores. El 11 de septiembre, por ejemplo, fue exitoso: se perdieron millones de dólares en infraestructura, fue el origen de una agresión que cruzó las fronteras de Estados Unidos, y las cerca de 3.000 personas que fallecieron de ese ataque el más letal de la historia en su tipo. Sin duda, los organizadores del atentado cumplieron con objetivo táctico de que se había propuesto: destruir símbolos del poder estadounidense con el mayor daño posible.

Otros atentados, en cambio, fracasaron en ese sentido. Cuando Shoko Asahara, líder de Aum Shinrikyo, ordenó arrojar sarín en el sistema de transporte subterráneo de Tokio en marzo de 1995, esperaba que hubiese más víctimas fatales, ya que de ese modo podía demostrar a sus seguidores que, en efecto, el Armagedón estaba cerca. Ese objetivo no pudo concretarse, porque la composición del veneno no tenía la pureza suficiente, y también porque algunos de los paquetes que lo contenían no fueron debidamente manipulados y perforados por los perpetradores directos.

En lo que respecta al nivel estratégico, la eficacia del terrorismo radica en su capacidad para contribuir a la consecución de los objetivos que la organización de proponer, y que pueden ser compartidos o no por la comunidad en la que está inserta. Estos propósitos pueden estar relacionados con el separatismo, como en el caso de Euskadi Ta Askatasuma (ETA); con la revolución social, como en el caso de Baader-Meinhof; con la independencia o descolonización, como el Frente de Liberación Nacional (FNL) argelino, y un largo etcétera. 

Ahora bien, algunos investigadores creen que una organización terrorista ha tenido éxito solo cuando alcanza su objetivo final, es decir, aquel motivo por el que se formó en primer lugar. Otros, en cambio, consideran a una agrupación como estratégicamente exitosa no cuando ha cumplido con su meta última, sino cuando logra avances que no eran posibles antes de acudir al terrorismo, como atraer atención a su causa, conseguir financiamiento o negociar alguna concesión, por ejemplo, la liberación de presos.

Sin embargo, la mayoría de las campañas terroristas no obtienen concesiones políticas significativas, y las que sí las consiguen formar parte de movimientos más amplios cuyos objetivos coinciden con los de la agrupación que se volcó a la violencia y son compartidos por muchos. En casos sí resulta difícil probar que las acciones terroristas sean las únicas responsables del cambio, pues otras agrupaciones y partidos trabajaron por fines iguales o similares desde la arena política o civil. Los acuerdos del Viernes Santo en Irlanda, por ejemplo, no hubieran sido posibles si el único actor a favor de la independencia  o autonomía de Irlanda del Norte hubiese sido el Ejército Republicano Irlandés (IRA) Provisional.

Ahora bien, si la mayoría de las agrupaciones que recurren al terrorismo no obtienen concesiones ni alcanzan su meta final, ¿por qué siguen utilizando esos métodos? 

Parte de las respuestas se puede encontrar en la efectividad organizativa, que refiere a todo aquello que un grupo debe hacer para seguir operando, esto es, sumar reclutar, contar con canales de financiamiento, con suministro de armas y con un apoyo popular que a menudo funciona como medida de protección. Si la agrupación es efectiva organizativamente, ganará notoriedad y se convertirá en uno de los actores en el juego de poderes. Fue lo que ocurrió con el Movimiento Nacional para la Liberación de Palestina Fatah, que de ser marginado por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) pasó a ser central en la representación de la causa palestina.

En correcto, y siguiendo el esquema del investigador estadounidense del Boston College Peter Krause, se puede hablar de cuatro resultados posibles de una campaña terrorista: éxito total, fracaso total, éxito “egoísta” y éxito “abnegado”. En el primer caso, el empleo de la violencia terrorista ayuda a la organización no solo a fortalecerse, sino que contribuye a que se concreten los objetivos del movimiento más amplio. Fue el caso del Frente de Liberación Nacional (FNL) para que Argelia dejara de ser una colonia francesa, en la campaña que desplegó entre 1954 y 1962. Sus acciones no solo suscitaron una crisis que terminó impulsando la independencia, sino que el FLN ascendió entre las organizaciones que representaban la causa de manera tal que terminó gobernando al país por décadas.

[Para león Trotsky, el terrorismo era inefectivo como estrategia para el cambio social. En 1911 escribió: “Si un dedal de pólvora y un poco de plomo bastan para atravesarle el cuello al enemigo y matarlo, ¿para qué hace falta una organización de clase? Si tiene sentido aterrorizar a los más altos personajes mediante el estampido de las bombas, ¿es necesario un partido? ¿Para qué valen los mítines, la agitación entre las masas y las elecciones, si desde la galería del parlamento se puede divisar fácilmente el banco de los ministros? A nuestro entender el terror individual es inadmisible precisamente porque devalúa el papel de las masas en su propia conciencia, las hace resignarse a su impotencia y volver la mirada hacia un héroe vengador y liberador que esperan llegará un día y cumplirá su misión”.]

Para el investigador Robert Pape, de la Universidad de Chicago, es un error considerar a las agrupaciones terroristas como aquellas que persiguen objetivos radicales o extremistas. Para ese autor, se trata sencillamente de grupo que son “más optimistas respecto de la utilidad de la violencia para alcanzar objetivos que a menudo muchos comparten”.

En una campaña que da por resultado un fracaso total, el uso de la violencia terrorista no solo no ayuda a la meta buscada, sino que afecta a la propia organización que lanza los ataques. Fue el caso de la Fracción del Ejército Rojo alemán: no consiguieron hacer la revolución no que las masas se levantaran en su favor –si bien muchos jóvenes los apoyaban-, y todos sus líderes murieron en prisión.

En una campaña que tiene un éxito “egoísta”, en palabras de Krause, el uso de la violencia puede ayudar a una organización a fortalecerse y sumar reclutas y apoyo popular, pero no contribuye a la concreción del objetivo mayor e incluso puede viciarlo. Dos organizaciones separatistas que tuvieron una larga historia y llegaron a contar con un apoyo popular importante no consiguieron sus objetivos últimos. ETA en España y el IRA Provisional en Irlanda del Norte.

En el caso de una campaña que tiene un éxito “abnegado”, el uso de la violencia daña a la organización y la debilita, pero ayuda a que el objetivo final, compartido por muchos, se concrete. En este caso se puede mencionar a la organización Igrun, cuyo objetivo era crear un Estado para los judíos. Si bien muchas de sus acciones violentas fueron condenadas por el propio movimiento sionista, para varios historiadores fue la violencia sistemática que ejerció contra los británicos la que ayudó a acelerar la disolución del Mandato de Palestina.

Así pues, cuando se piensa acerca de la eficacia del terrorismo, las respuestas categóricas no ayudan a discernir las distintas dimensiones desde las que puede juzgarse el devenir de una campaña. En este sentido, también hay que diferenciar la efectividad del terrorismo del impacto que provoca. Un atentado puede ser muy letal y espectacular, pero no resultar como el perpetrador esperaba, es decir, no estar a la altura de sus intenciones. 

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