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TV Pública, en busca de su imagen


Por Marcelo Stiletano, en La Nación (Espectáculos  - Pág. 2)


Creer que la TV Pública tiene desde el lunes pasado una nueva programación es un gigantesco error. Lo que el canal oficial hizo durante la última semana es poner en marcha ese ejercicio sólo en algunas franjas horarias y espacios estratégicos. Faltó solamente Alfonso Prat- Gay para extender al más importante de los medios públicos el leitmotiv que inspira la gestión de los asuntos económicos del gobierno actual: el gradualismo como criterio rector de un proceso en el que primero las cosas se normalizan y bastante más tarde se transforman. Ya lo había anticipado Hernán Lombardi, virtual ministro del área, el 19 de diciembre pasado en su cuenta de Twitter: "El futuro se construye con firmeza, paciencia y visión estratégica. Paso a paso".
Como los equipos de fútbol que después de una temporada de magros resultados arrancan una nueva etapa con la consigna de armarse de atrás para adelante, los responsables de la TV Pública empezaron justamente por la retaguardia, si podemos llamar así al eje que integran la mañana y la primera tarde. Junto a esos dos segmentos horarios, el otro elemento que mostró su nueva cara es la estructura informativa.

Este punto es esencial, porque los informativos funcionan como columna vertebral de todo canal de aire. Y esto ocurre todavía con más fuerza en las señales públicas, que funcionan todo el tiempo en una tensión constante entre su esencia (expresar la dinámica de una sociedad pluralista y diversa) y la eterna tentación de los gobiernos de aprovecharlas en función de sus propios objetivos circunstanciales. Esta última dimensión funcionó como ley de hierro en la Argentina desde los comienzos de su historia televisiva, en 1951, y continuó hasta hoy con escasísimas excepciones.

El kirchnerismo llevó esa tesis a su máxima expresión: como el gobierno representa más y mejor que nadie el interés público, los medios públicos deben ponerse al servicio de esa idea. Cualquier otro mensaje sería visto a partir de esa idea como contrario a los intereses nacionales y hasta antipatriótico, aunque provenga del interior de esa misma sociedad. Sólo a partir de esta idea fuerza se entiende la imposición de 678 en el horario central. Un programa que entendía el periodismo como instrumento de propaganda, que defendía con fervor religioso al gobierno de los Kirchner y con el mismo énfasis denigraba a quienes pensaban otra cosa, y que manipulaba a sabiendas sus "informes" para dividir al mundo entre buenos (ellos) y malos (todos los demás). El resultado fue uno de los más gigantescos equívocos de la historia del canal: una televisión que se autodenominaba pública y jamás expresaba esa condición en los hechos. Lo único que tenía para mostrar era un logo y una placa.

Por ese logo y esa placa también empezaron los cambios. En verdad, se trató de un lavado casi completo de imagen que en las publicidades institucionales, los graphs (palabras y signos ubicados en la base de la pantalla) de los nuevos programas y los separadores que dan comienzo y final a las tandas publicitarias se vio con claridad. Esa idea visual aparece representada con placas muy cuidadas, a partir de varias formas geométricas (cuadrados, líneas horizontales, verticales y transversales en constante movimiento), un pequeño ajuste del logo en forma de escarapela y alguna mención a las redes sociales que permanece todo el tiempo en la pantalla, junto a la hora y la temperatura.

La pantalla luce más limpia, favorecida por el uso en las publicidades institucionales de colores vivos y fuertes (amarillos, naranjas, verdes), líneas bien visibles y títulos muy fáciles de leer. Estos aspectos formales son valiosos, pero no tienen sentido sin sus contenidos, en los que por ahora hay contrastes.

Los nuevos magazines de dos horas diarias (Pura vida, en las mañanas, y Tomate la tarde, en la franja vespertina) todavía no escapan a los convencionalismos y a una sensación aún visible de desconexión con la realidad del momento, más allá de alguna concreta alusión a la tragedia de Costa Salguero. Corresponde preguntarse por qué se decidió discontinuar Vivo en Argentina si ofrecía un perfil muy parecido al que tiene su reemplazante, con algún matiz más fuerte en términos de servicio y compromiso testimonial en el ciclo que ya no forma parte de la grilla. El propósito es el mismo. Y también la exigencia de hacer desde Buenos Aires una TV más federal, algo que se viene haciendo de manera forzada y casi siempre decorativa.

Esa apertura al interior se aprovechó un poco mejor con la oportuna idea de sumar presentadores llegados desde las provincias a los noticieros. El primero de ellos, el cordobés Gerardo López, dejó una muy buena impresión. Y lo mismo puede decirse a priori de la intención de armar esos espacios sobre la base de un corpus de información abundante sin sesgos ni títulos o consignas que induzcan desde el vamos a tomar posición. A la vez, los informativos de la TV Pública pueden quedar en un futuro cercano, de seguir así, como los únicos de toda la televisión abierta en los que no hay lugar para la sensiblería y la manipulación emotiva, dos flagelos que los noticieros fogonean cada vez más en vez de rechazarlos.

Del rompecabezas sólo están a la vista algunas fichas. La mayoría de los casilleros todavía tiene que completarse. Uno de ellos encierra el mayor signo de interrogación: ¿qué pasará con el horario central? Una pregunta que abre muchas otras: ¿habrá un programa periodístico que finalmente pueda llevar a los hechos la letra y el espíritu de una verdadera TV Pública? ¿Seguirá el fútbol condicionando la planificación horaria, en especial durante los fines de semana? ¿Y qué pasará con las ficciones? Es posible que Supermax, la miniserie que Daniel Burman filmará en Brasil y de la que es coproductora la TV Pública, funcione como indicio claro de un modelo futuro en esta materia; los resultados se verán, en el mejor de los casos, dentro de un año.

Por ahora, las ficciones programadas en pantalla son repeticiones de ciclos ya vistos. El único estreno es la tira colombiana Celia, inspirada en la vida de la cantante Celia Cruz. El canal ya no contará con ese voluminoso archivo de producciones surgidos de los concursos del Incaa y el aporte del desaparecido Ministerio de Planificación, que casi nunca tuvieron en tiempos kirchneristas la ocasión de ocupar un espacio horario que no fuese marginal. El desafío es muy complejo, porque la identidad de un canal de TV público se construye sobre todo con tendencias de largo plazo. Una programación capaz de sostener y no alterar sus líneas fundamentales cuando el poder político cambia de manos tras una elección. Todavía falta mucho para hablar en serio de la nueva programación de la TV Pública.

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