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Trump vs. el periodismo: resentimiento y una historia conocida

En foco

La cruzada contra los medios que emprendió el kirchnerismo sirve como modelo para analizar lo que empieza
a suceder ahora en Estados Unidos.

Por Miguel Wiñazki, en "Clarín"

Trump vs. el periodismo: resentimiento y una historia conocida


El resentimiento masivo busca encarnarse, tomar cuerpo y forma en liderazgos furiosos. Donald Trump encarna la frustración de millones y con ellos busca entonces chivos expiatorios. Como si la liberación de la postergación de millones de norteamericanos se hiciera posible y tangible desde la lengua bífida de un caudillo electo e ignorante.
El proceso sociológico que unge a los jefes iracundos, aun por vía democrática, es profundo y siempre se despliega en contra del periodismo. No hay populismo, ni de izquierda ni de derecha, sin antiperiodismo. Cuando Trump vocifera que los periodistas son algo así como estrellas siniestras de la deshonestidad, no contradice con pruebas la información propalada por los medios. Elude las evidencias, soslaya los datos, esquiva los hechos.
Es, a la vez, previsible y delirante este comportamiento. Se encuadra dentro de los cataclismos de la fe en la democracia, producto de la desigualdad económica. El populismo surge de la desigualdad, pero no la resuelve, la amplía. En principio, y sin embargo, parece consolidar una salida para los atrapados en la inequidad, por el sólo poder de la varita mágica de la demagogia. Es una historia que en la Argentina conocemos muy bien. La cruzada contra los medios que emprendió en el kirchnerismo sirve como un modelo para analizar lo que empieza a suceder ahora en los Estados Unidos. Las escalas son diferentes, por supuesto, pero los modales de Trump y sus ataques son singularmente análogos a los que hemos vivido y padecido en este país.
Trump inauguró su mandato desacreditando a la prensa. Inventó rápidamente una dimensión literalmente paralela a la real: los “datos alternativos”. Según sus voceros hay otras versiones, más allá de la periodísticas, que demuestran que, por ejemplo, el affaire del ciberespionaje ruso es algo así como una farsa mediática. Contradijo a los medios en todo. Todo lo que enuncian según Trump y los suyos es falso, y todo lo que Trump y su equipo propalan es verdadero. Esa precoz y procaz animadversión es una señal de inmensa relevancia. Acusa a lo que no domina. Con las dos cámaras con mayoría oficialista, el periodismo es la única dimensión pública con la debida capacidad de escrutinio de las acciones de gobierno.
El caso argentino indicaría que la gran batalla contra los medios no es una conflagración ganada por los oficialismos antiperiodísticos. Aquí simplemente la obsesión kirchnerista contra la prensa fue justamente su talón de Aquiles porque los datos expuestos desde los medios fueron los que torcieron la voluntad popular, azorada ante la magnitud de la corrupción puesta de manifiesto por el periodismo y encubierta por el gobierno de entonces.
En los Estados Unidos, como en todas partes, la realidad existe. Y ni siquiera Trump puede borrarla. Es cierto que hubo mucho más gente presente en Washington presenciando el primer juramento como presidente de Barack Obama, que el de Donald Trump. El nuevo presidente culpó a los diarios por mentir en relación a ese tópico. Pero miente él y no los diarios respecto de ese tema, y también respecto del ciberespionaje ruso, sólo para mencionar dos de los ítems en pugna.
Trump juega con los simulacros. El filósofo Jean Baudrillard decía que Disneylandia es un simulacro que refleja a otro simulacro que son los Estados Unidos. Es la tierra del cine, de la publicidad y del show total. Sin embargo, debajo del show están los hechos. Los catafalcos que arriban con los soldados muertos de las diversas guerras que despliega Norteamérica son reales, la segregación que aún hoy padecen los afroamericanos es real. Y también es real la desigualdad.
El periodismo es una de la expresiones del realismo. Se argumentara que la realidad puede manipularse, que es posible conjugar una “realidad alternativa”. Pero ese mundo paralelo requiere de la fe de los devotos, y los datos relevantes sólo requieren de la libertad de información que al fin se impone. Es connatural a todos los gobiernos el deseo profundo de propagandizarse sin la mediación incómoda de la prensa.
En el caso de los populismos de cualquier signo, la voluntad propagandística se aúna a la agresión .
La pugna permanente opera como una adicción popular. Las luchas son hipnóticas, generan vibración masiva, mantienen alta la expectativa pública, segrega el virus del antagonismo sin el cual pareciera que los adictos se desangran.
Trump ha detectado el atractivo estructural de su feligresía por la beligerancia. Su diagnóstico es un sentido correcto. Pero hay otro fenómeno en simultáneo: la resistencia de la sociedad civil que ha encendido sus antenas y se ha manifestado.
Es un momento peligroso y fascinante. Para los medios, la responsabilidad es mayúscula y urgente. Las mediciones de audiencia indican que ante cada bravata de Trump se produce una turbulencia notable. Sus seguidores se excitan y sus críticos apuran la idea de la resistencia explícita. En ese clima, el periodismo crece. Su relevancia aumenta, se vuelve imprescindible Se asoma una gran prueba para los medios en los Estados Unidos. Nada indica, excepto los exabruptos oficiales, que las verdades sean oscurecidas por el belicismo retórico oficial.

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