Editorial II
Diario "La Nación"
La detención ilegal de varios hombres de prensa, como el corresponsal de The Washington Post, es otra muestra del autoritarismo del régimen de Teherán
El choque frontal de Irán con casi toda la comunidad occidental se atenuó tras la elección de Hassan Rouhani
como presidente de ese país. A partir de entonces, Teherán se avino a
participar en negociaciones sobre su programa nuclear y pareció comenzar
una nueva etapa de apertura, caracterizada -entre otras cuestiones
esenciales para la libertad de expresión- por entrevistas que brindaban
importantes ministros iraníes a periodistas occidentales. Sin embargo,
la realidad era otra y el régimen, en las sombras, endureció su trato,
en primer lugar, con los periodistas y medios locales, a tal punto que
más de veinte periodistas fueron encarcelados.
Finalmente, el 22 del mes pasado, el gobierno no dudó en enviar a prisión al corresponsal de ?The Washington Post en Teherán, el periodista iraní Jason Rezaian, quien también posee la ciudadanía estadounidense, pues nació en California.
Junto con Rezaian también fue encarcelada su esposa, Yeganeh Salehi, periodista iraní. La misma suerte corrieron dos ciudadanos norteamericanos que se desempeñan como fotógrafos independientes.
Como agravante de esta aberrante conducta hay que consignar que, según The Washington Post, no se han formulado cargos contra los detenidos ni se les ha permitido ponerse en contacto con un abogado y, lo que es peor aún, se ignora dónde se encuentran apresados. Sólo se informó que se hallan "bajo custodia" del gobierno iraní.
La Federación Internacional de Periodistas (FIP) y Amnistía Internacional, entre otras entidades prestigiosas, han reclamado la pronta liberación de todos los hombres de prensa detenidos por Teherán, pedido al que nos sumamos desde esta columna editorial.
Lo ocurrido a los colegas que se desempeñaban en la capital iraní prueba que los promocionados cambios del nuevo régimen fueron sólo una máscara que ahora cayó al piso por imperio de la dura realidad.
El régimen iraní sigue siendo lo que fue desde sus orígenes, cuando el ayatollah Khomeini llegó al poder: un régimen totalitario, fundamentalista y cruel, temeroso y enemigo de las libertades -salvo las de su casta gobernante- y, por lo tanto, enemigo también de la libertad de expresión, de prensa y de los periodistas dispuestos a ejercerlas. Nuestro país sufrió los manejos iraníes cuando el Gobierno, en forma inconsulta, firmó un vergonzoso acuerdo con Irán con el proclamado propósito de avanzar en la investigación del atentado a la AMIA, por el cual la justicia argentina ha imputado a varios funcionarios y ex funcionarios de Teherán. El acuerdo de nada sirvió, salvo para humillar a nuestro país.
La detención ilegal de los periodistas y su mantenimiento en cárceles secretas resultan inadmisibles y confirman que es mucho lo que Teherán quiere esconder de la mirada occidental. Un régimen edificado sobre la mentira teme al periodismo independiente en la misma medida en que le teme a la verdad.
Una vez más, Teherán ha ido demasiado lejos..
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