Por C. Cruz en "El Mundo" (España)
La sobreproducción de noticias en los primeros meses de pandemia dio lugar a una desinformación tóxica y peligrosa sobre el coronavirus, aprovechada por los negacionistas.
Las revistas científicas se vieron sobrepasadas por los artículos recibidos para publicar.
La Declaración Universal de Derechos Humanos, proclamada por la Asamblea General de Naciones Unidas en 1948, recoge en su artículo 19 la opción inquebrantable de toda persona de "investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión". Es en ese derecho donde los distintos medios de comunicación (y hoy también las redes sociales, aunque no siempre acertadamente) desempeñan un papel fundamental para dar servicio a ciudadanos ávidos de tener noticias, de conocer, de compartir... Pero, ¿qué sucede en una situación de pandemia mundial como la que vivimos actualmente?
Desde que estalló en el mundo la crisis sanitaria por la Covid-19, la sociedad ha buscado toda la información, casi en tiempo real y con la mayor cantidad de datos posible, que pudiera arrojar algo de luz sobre un enemigo de la salud invisible y que estaba costando la vida de millones de personas en todo el planeta. Los medios de comunicación, siguiendo su función social, han ido transmitiendo todo aquello que se les proporcionaba desde las distintas instituciones y de la mano de centenares de expertos. Así, en este escenario, ha surgido una pandemia paralela a la sanitaria: la infodemia, es decir, la sobreabundancia de información, sea rigurosa o no, y que da lugar a la desinformación o a la información errónea.
El propio secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha llegado a manifestar en referencia a la pandemia: "Nuestro enemigo es también el creciente aumento de información errónea".
¿Pero es lo mismo información errónea que desinformación?
Un estudio de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) publicado el año pasado y titulado Desinfodemia, descifrando la desinformación sobre el Covid-19, diferencia entre una y otra: "La producción de contenidos prometiendo tratamientos falsos con el objetivo de alcanzar ganancias privadas es un ejemplo de desinformación. Pero ello puede ser clasificado como información errónea cuando se comparte inocentemente la información falsa, creyéndola verdadera, con las mejores intenciones de estar ayudando".
El mismo estudio destaca que "la nueva desinformación sobre la Covid-19 crea confusión sobre la ciencia médica, con un impacto inmediato sobre cada persona del planeta, y sobre sociedades enteras. Es más tóxica y más letal que la desinformación sobre otras temáticas. Por eso se acuña el término desinfodemia".
Durante los primeros meses de crisis sanitaria mundial, la comunidad científica comenzó investigaciones con la intención de salvar vidas a una velocidad nunca antes conocida, provocando así un aumento en la recepción de artículos por parte de las revistas más prestigiosas. Según refleja en un análisis el Instituto de Salud Global de Barcelona, "pronto se sobrepasó la capacidad de la industria editorial para evaluar los artículos y difundirlos. Destacadas revistas como Journal of the American Medical Association (JAMA) vieron cómo la recepción de artículos aumentó casi un 300% (11.000 artículos presentados a lo largo de seis meses)".
Las prisas por obtener resultados óptimos y la presión de la sociedad general y de los medios de comunicación por dar noticias provocó que, en algunos casos, los autores de estudios se retractaran tiempo después y que muchos ensayos en busca de tratamientos eficaces frente al Covid fueran interrumpidos. ¿Ha disminuido la confianza de los ciudadanos sobre la ciencia por esa sobreproducción de información y su transmisión desde los medios de comunicación?
EL GRANO DE LA PAJA
En opinión de Guillermo Fouce, doctor en Psicología; profesor en la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la fundación Psicología Sin Fronteras, "sin duda la confianza en la ciencia se ha resentido, pero no sólo en ella, también en las instituciones y en la gestión de la pandemia en general. Hay cosas que, además, es difícil que sean opinables o que mejor deberían tratarse como opinión de expertos, porque si se llevan al mero sentido común o todo el mundo opina se deforman las respuestas y se contaminan. Resulta imposible distinguir entre información contrastada y no contrastada, validada o no validada".
"La confianza en la ciencia se configura en aspectos previos (la capacidad comunicativa de las instituciones, las rectificaciones de los protocolos y recomendaciones, la utilización partidista de las recomendaciones científicas...) y tiendo a creer que la información en sí suele tener un papel más de afirmación de una postura previa", señala Javier Padilla, médico de Familia y diputado por Más Madrid en la Asamblea regional.
En cualquier caso, reconoce que "la increíble generación de información de estos meses ha hecho que fuera difícil discernir grano de paja".
REDES SOCIALES
A esa proliferación de noticias falsas o no del todo ciertas sobre el Covid han contribuido también las redes sociales. "Son un campo de juego donde la información se difunde con menos filtros. Para lo bueno y para lo malo", sostiene Padilla. Y se pregunta: "¿Pueden haber contribuido a difundir y generar más información falsa? Sin duda. ¿Han contribuido a difundir información verdadera? Por supuesto.
En esa batalla de la información y la desinformación es necesario que tanto profesionales como instituciones y medios comparezcan, porque es un terreno que llega a mucha gente y no se puede dejar", defiende.
Fouce va más allá sobre el papel de las redes sociales y defiende que éstas siempre son un caldo de cultivo para los negacionistas, en esta ocasión, de la pandemia, de sus tratamientos y, por supuesto, de las vacunas. "Son muy buenas para que no haya un control de la información. Podemos estar conectados con otros, especialmente en tiempos de aislamiento, pero se generan efectos perversos".
El presidente de Psicología Sin Fronteras añade que "las redes funcionan con heurísticos, es decir, seleccionan las noticias que difunden entre aquellos que previamente vieron, por ejemplo, una información falsa. Así se generan asociaciones entre negacionistas que se retroalimentan y refuerzan entre sí".
FRENO AL NEGACIONISMO
Para contrarrestar las informaciones negacionistas, Padilla se muestra convencido de que hay que actuar "con pensamiento crítico, con actividad institucional sólida y veraz, con la ley cuando sea preciso y con humildad por parte de los profesionales, mostrando que la ciencia no es una religión, sino la construcción constante del mejor conocimiento posible en ese momento".
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Según el grado y las consecuencias de esas informaciones negacionistas, Fouce cree que hay que proceder "con la ley y con sanciones administrativas y monetarias, porque no todo puede valer. Quien afirma algo tiene que hacerse responsable de lo que dice y hay que parar su difusión sin freno para evitar el contagio y sus efectos negativos".
Sumado a ello, aboga por "responder con información veraz y contrastada" pero reconoce que "la dificultad es que no se tienen todas las respuestas, ni se pueden tener. Además, al multiplicarse las informaciones resulta complicado distinguir entre una buena y una mala información o una información bien fundamentada o mal fundamentada. El bombardeo de comunicaciones hace a veces imposible distinguir el grano de la paja y lo relevante de lo que no, lo que tiene importantes consecuencias prácticas y de repercusión en la salud pública".
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