Fue
corresponsal en Medio Oriente y en conflictos latinoamericanos, pero
hoy reconoce que siente miedo; de la situación de los medios en la
Argentina a la era del periodismo por iPhone; audio de la entrevista
Despertar conciencia. Ésa es la principal misión que tiene hoy el periodismo según Jon Lee Anderson,
un hombre con autoridad para hablar sobre ese oficio. Con 58 años, el
californiano, que vive en Inglaterra, pero habla español con acento (y
modismos) centroamericanos, estuvo en varias oportunidades muy cerca de
la muerte. Y sobrevivió. Aunque algo cambió últimamente: después de
haber trabajado como periodista en el frente de batalla en Medio Oriente
y entre terroristas y narcotraficantes latinoamericanos, Anderson hoy
siente miedo. "Volveré -arriesga-. De hecho, estuve en Libia hace un
mes. Pero siento miedo", reconoció durante un diálogo abierto en el
Encuentro de la Palabra, frente a medio centenar de jóvenes. Y contó,
luego, apesadumbrado, que en los últimos tres años perdió ocho amigos
periodistas, asesinados mientras cumplían sus tareas.
Maestro de
la Fundación Nuevo Periodismo y miembro del consejo rector del Premio
Gabriel García Márquez, Anderson creó un estilo propio para hacer
perfiles. Retrató, así, a grandes personajes de la historia
contemporánea, como el Che Guevara, Augusto Pinochet, Saddam Hussein, el
rey Juan Carlos o el propio García Márquez. "Escribiré ahora un libro
sobre Fidel Castro que puede considerarse la continuación de la historia
de la revolución cubana", anticipó el periodista de The New Yorker,
autor además de libros sobre diferentes conflictos bélicos, de
Afganistán a Bagdad, entre otros.
Tras el encuentro en Tecnópolis, en el que anunció que viajará a la Antártida este año, Anderson dialogó con LA NACION.
-Recientemente, usted afirmó que la clave para el ejercicio periodístico es la credibilidad. Cuando en la Argentina el Gobierno intenta desmentir a diario a los periodistas, ¿cómo se refuerza la credibilidad?
-Los
periodistas tienen que seguir adelante. Resulta muy difícil cuando hay
un gobierno que los increpa o intenta censurarlos, o donde los mismos
líderes los amonestan y los critican en público. Eso no es lo debido,
ésa no es la forma de proceder. Los periodistas tienen que seguir
adelante ofreciéndose como los máximos interlocutores sinceros de una
sociedad en la que no son necesariamente servidores de nadie, sino que
hacen un esfuerzo por crear distensión en la sociedad.
-¿En qué sentido distensión?
-En
el sentido de apertura. La distensión se crea cuando hay un flujo libre
de la información. Por ejemplo, en Inglaterra, donde vivo, hay una muy
lograda libertad de expresión: todas las tendencias dicen lo suyo. Pero
hay un hábito nacional de utilizar el humor en lugar del enojo o de la
rabia con el contrincante. Esto ayuda a crear una sensación de bienestar
en la población porque, en vez de buscar insultarse o increparse unos a
otros, se está buscando, justamente, la distensión; una atmósfera en la
que todo se puede decir, sin agredir, y donde hay intercambio de ideas y
buenas maneras.
-¿Conoce la situación del periodismo argentino que le comentaba antes?
-Sí,
sé que aquí hay un ambiente muy polarizado. Es importante que todo se
diga y se publique en términos de respeto y con un afán responsable. No
es productivo librar situaciones en donde existe esta atmósfera de
poderes enfrentados. Así lo creo como periodista.
-¿Cambia la esencia del trabajo periodístico en un contexto en el que cualquiera puede informar por las redes sociales?
-Cualquier
ciudadano puede ser un periodista con un iPhone y una cuenta de
Internet y de Twiter. Si nos quedamos con eso tendemos a convertirnos en
polemicistas y fotógrafos, más que en periodistas de verdad. Es decir,
el periodismo requiere un trabajo de investigación, de elaboración de la
idea, de rigor, de edición. En el mejor de los casos, las formas de
periodismo que hemos desarrollado hasta el momento tienen un propósito,
que es justamente intentar intervenir entre el gran público y las
autoridades para ser intérpretes de una realidad menos politizada y más
apegada a una verdad imparcial. Tampoco quiero decir que no se pueda
ejercer con un iPhone. Yo envío tuits, pero no me hace periodista el
hecho de que pueda escribir en 140 caracteres. Puedo ser un periodista
que además hace esto, lo otro y lo de más allá, pero tener esa
herramienta tecnológica no te hace periodista. Es como decir que quien
tiene una cuenta bancaria es banquero.
-¿Cómo se cubren ahora las guerras?
-Con
gran dificultad. Al menos en Medio Oriente, donde a los musulmanes les
fascina matar occidentales, es muy difícil. Se puede, pero cada vez es
más arriesgado. Antes los periodistas se podían mover entre bandos
incluso en medio de un conflicto. Eso es casi imposible hoy. Entonces
estamos peor servidos por el periodismo. Ahora los actores en los
conflictos también tienen sus iPhone y sus cuentas de Internet. Ellos
quieren ser sus propios propagandistas. No nos necesitan, porque
entienden que nosotros, los periodistas, somos un estorbo y podemos
reportar lo que ellos no quieren que informemos.
-En la charla en el Encuentro de la Palabra afirmó que frente a los hechos de violencia que se transmiten en videos en tiempo real hay una pasividad de parte de Occidente. ¿Qué se puede hacer para romper esa pasividad?
-Creo
que el periodismo tiene un papel importante en cuanto a despertar
conciencia. Por eso yo hablo como hablo. Hay que provocar inquietud
entre una población que es totalmente apática y pasiva, como si fuese
espectadora. Creo que tenemos que ver que una nueva generación busca
incidir en el periodismo, en la política, en todos los quehaceres
sociales, para cambiar el mundo. Si todos nos quedamos mirando estas
cosas (por ejemplo, los videos en los que se ve cómo EI decapita gente),
no va a pasar nada.
-Después del recorrido que usted ha hecho, ¿es pesimista, optimista o escéptico?
-Mmmm,
todo eso. Es decir, somos capaces de todo. Han visto ustedes aquí en
los años 70 de lo que son capaces los seres humanos. Lo peor es cuando
comienza a correr la sangre. Ahí el diablo sale de la caja y camina a
sus anchas. Y todos tenemos algo de diablo adentro, por decirlo de
alguna forma.
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