Por Lucas "Elcalvoconbarba.com".-
Decía Quique Dacosta el otro día en una entrevista que “Para tener éxito (con un restaurante) ya casi no hace falta tener buen producto, ni buena técnica, ni saber cocinar bien”, y seguía diciendo que “vivimos una especie de burbuja gastronómica donde lo esencial de un restaurante, que se supone que es la comida, la bebida y la atención, pasa un sexto plano”. Esos planos anteriores, aunque no lo dice expresamente, son los del postureo, lo instagrameable, los selfies de “yo estoy aquí y tú no”, los listados de “sitios de moda que tienes que conocer” y similares capas de signalling. Que un 7 estrellas Michelin con 13 restaurantes funcionando a full gas a sus espaldas diga eso, da que pensar. Que al día siguiente el algoritmo me escupa otro artículo en el que su autora afirma que “La Tagliatella es mejor restaurante que El Bulli” le pone la puntilla al pensamiento. ¿Qué es bueno y qué es malo? ¿Qué lo define? ¿Sólo la aceptación del público? ¿Entonces por qué llamamos – yo el primero – telebasura a programas de máxima audiencia? ¿Otra vez posicionamiento y signalling? Objetivamente, un producto o servicio será tan bueno como el problema que solucione, y tan exitoso como amplio sea el grupo de personas con ese problema. Pero puede darse la paradoja de que un producto o servicio objetivamente bueno según esa definición, no deje satisfecho a su creador. Y ese es un tremendo agujero negro. Tremendo rabbit hole. A la altura de la duda de no saber si un árbol que nadie oye caer hace ruido o no. ¿Hasta dónde debemos llevar nuestra paranoia a la hora de pulir detalles en nuestros contenidos, marcas, creaciones? ¿Hasta nuestro standard, por fantasioso que sea, o hasta los de ese público al que queramos conquistar, por etéreo que sea? ¿Cuándo es el momento adecuado de soltarlos y dejarlos volar? ¿”Hecho” sigue siendo mejor que “perfecto” si está mal hecho? ¿En dónde debemos centrar nuestros esfuerzos? ¿En esas primeras capas que decía Quique Dacosta que definen el éxito del proyecto con los estándares actuales, o en las que para nosotros como creadores/autores/gestores son relevantes y marcan la diferencia? ¿Qué es bueno? O mejor dicho, ¿qué es suficientemente bueno? Aún a riesgo de tomar una tangente a todo este debate que me estoy montando yo solito en mi cabeza, diría que algo “bueno” nace cojo si no va asociado a ser también “distinto”. O cuando menos, “reconocible”. Que tenga algo más que esa “corrección” en la capa física o visual. Porque “lo bueno”, si solo se queda en fachada, es replicable punto por punto. Y ese “algo más” deberían ser principios, valores, formas e incluso fórmulas de ser, actuar, interactuar, convivir y reaccionar. Esos elementos que, pasado el primer impacto, permiten la conexión, la identificación, la pertenencia. El problema es barnizar a toda una organización de esa capa hasta que se comporta como un enjambre de abejas o una bandada de estorninos. Perfectamente sincronizada, todos a una, formando un bloque. Es entonces cuando el gusano se convierte en mariposa. Cuando las cosas se hacen bien, a la primera, y de una determinada manera. Sin discusión posible, necesidad de instrucciones adicionales, procesos de revisión, ni grietas por las que colarse. Cuando el proyecto o la organización se convierte en marca. Porque no todas lo son, si rascas un poco. |
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