LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACION
Breve reseña sobre “el
nuevo periodismo” cincuenta años después de su surgimiento y lo define
como un espacio de encuentro con lo diverso, con lo diferente, con lo
desigual.
Por Manuel Barrientos *
(Publicado en Página/12)
(Publicado en Página/12)
Seymour
Krim oyó por primera vez el vocablo en 1965. Era redactor-jefe de la
revista Nugget y Peter Hamill lo llamó para pedirle un artículo titulado
“El nuevo periodismo” sobre reporteros como Jimmy Breslin y Gay Talese.
¿Qué era ese movimiento en ciernes en los Estados Unidos de los años
sesenta? ¿Quiénes eran sus referentes? ¿Cuáles eran los recursos
innovadores que incorporaba?
En esos primeros artículos publicados en agosto de 1965 sobre el
nuevo fenómeno del periodismo norteamericano, se mencionaban como medios
pioneros a Esquire y el suplemento “New York” del Herald Tribune y se
destacaba a plumas como Breslin, Talese, Dick Schaap y Tom Wolfe.No era un movimiento “organizado” para socavar o subvertir las bases del periodismo tradicional. Se trataba de algo espontáneo, el resultado de intenciones y deseos individuales que se revelaban, a su vez, como una búsqueda colectiva.
La crisis de verosimilitud del lenguaje periodístico los empujaba a la experimentación con dispositivos propios de la narración ficcional: necesitaban multiplicar sus recursos para informar acerca de la complejidad de los acontecimientos que narraban.
“Quería realizar una novela periodística, algo a gran escala que tuviera la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y libertad de la prosa y la precisión de la poesía”, expresaba Truman Capote sobre su libro A sangre fría, publicado de forma seriada en The New Yorker también en 1965. Allí reconstruía el asesinato de una familia de granjeros de Kansas. Fue la primera obra maestra del nuevo periodismo, o de la no-ficción. Para su “relato verdadero de un asesinato múltiple y de sus consecuencias”, tal era el subtítulo del libro, había pasado una extensa temporada en Kansas y siguió durante cinco años la vida en prisión de los homicidas hasta que fueron ejecutados.
Wolfe sostenía que los pilares básicos del nuevo estilo pasaban, en primer lugar, por la construcción del artículo “escena-por-escena”, tomando algunas técnicas de la novela decimonónica y del montaje cinematográfico. El segundo eje era la reconstrucción precisa de los diálogos, recuperando las digresiones y evitando las elipsis, a sabiendas de que era la mejor manera de describir a los personajes. Tercero: se apelaba al “punto de vista en tercera persona”, presentando cada escena a través de los ojos de un personaje particular, para dar al lector la sensación de estar metido en la piel de esa persona y de vivir la realidad emotiva de la escena “tal como él la está experimentando”. De esta forma, se generaba una ruptura con la convencional utilización del punto de vista en primera persona, propia de los autobiógrafos, memorialistas y novelistas. El cuarto procedimiento se basaba en la descripción detallada de los gestos cotidianos, los hábitos, los modales, las costumbres, la vestimenta, el mobiliario, las maneras de comer, las miradas, los estilos de andar de los personajes descriptos. Esas actitudes y posturas actuaban como símbolos para captar el status y el estilo de vida de las personas. “La relación de tales detalles no es meramente un modo de adornar la prosa. Se halla tan cerca del núcleo de la fuerza del realismo como cualquier otro procedimiento en la literatura”, recomendaba Wolfe.
Pero la nueva ola surgida hace cincuenta años no representaba sólo una renovación radical de la técnica periodística, sino que implicaba un cambio en la propia rutina de trabajo. Era tiempo de salir de las redacciones, de saltar a la calle. El nuevo periodismo demandaba más tiempo, había que pasarse “días enteros” junto a la gente sobre la que se estaba escribiendo si se querían reconstruir escenas extensas, diálogos precisos, monólogos interiores, actitudes, expresiones faciales, detalles del ambiente.
Por esos mismos años, Rodolfo Walsh (su Operación Masacre data de 1957), Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Soriano o Enrique Raab también configuraban en la Argentina un periodismo que sabía enlazar la precisión de los datos duros con el rigor del detalle que podía “describir todo un mundo”. Aquí y allá el periodismo aparecía como un espacio de encuentro con lo diverso, con lo diferente, con lo desigual.
* Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA). Docente de TEA.
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