Experto
en medios y política, considera "poco profesional" la reacción oficial
ante el caso Nisman y describe una demanda social "de convivencia y
respeto" frente al legado kirchnerista
Hace
años que Damián Fernández Pedemonte, investigador del Conicet y
director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad
Austral, estudia los vínculos entre medios, política y audiencias. Por
eso, enmarca los sucesos desatados tras la muerte del fiscal Nisman
dentro de lo que llama "casos mediáticos conmocionantes", que impulsan
públicos: "Personas que se movilizan y generan una especie de nueva
solidaridad que no pasa necesariamente por los partidos políticos",
explica.
En relación con la reacción del Gobierno, asegura: "Fue
muy poco profesional. Creo que el intento de usar los mismos trucos de
siempre escandaliza más que el hecho mismo de la muerte de Nisman".
Convencido
de que en la estrategia comunicacional kirchnerista asoma "un populismo
sin consideración del pueblo e incapaz de pensar a las víctimas",
asegura que hoy "vivimos una etapa de mediatización al cuadrado: la
cuestión no es que los medios transmiten los conflictos, sino que los
medios son el primer conflicto". En este marco, observa cierto
trastocamiento entre el papel de los periodistas profesionales y el de
cruciales representantes de los poderes del Estado, "que hicieron el
papel de periodistas y medios de comunicación, como la Presidenta, que
en su primera carta en Facebook se pone a tejer conjeturas. O la fiscal,
que a veces exagera en la necesidad de dar datos".
-¿Cómo pensar la marcha del 18-F desde lo comunicacional?
-Ante
todo, ratificó la capacidad de autoconvocarse de la sociedad civil.
Creo que tiene que ver con cómo se conectan, en sus reclamos a un Estado
que no estuvo donde debía estar, las audiencias de los medios y los
grupos sociales con los que denomino "casos mediáticos conmocionantes".
Hace un tiempo que vengo analizando casos que cada tanto sacuden a la
opinión pública y generan más debate que las noticias habituales. El
primer efecto que producen es de sorpresa y estupor: dejan a todos los
actores sociales, incluidos los medios y los políticos, sin saber qué
respuesta dar, como mirando para otro lado. Son fenómenos que tienen
consecuencias institucionales. Algunos ejemplos: el escándalo por los
sobornos en el Senado de la Nación, en 2000, que provocó la renuncia del
vicepresidente de la Nación. O la aparición en la opinión pública de
Blumberg, que trajo como consecuencia una modificación en el discurso de
Néstor Kirchner sobre la inseguridad. Son casos que impulsan públicos:
personas que se movilizan sin seguir las consignas de los políticos
profesionales y generan una especie de nueva solidaridad que no pasa
necesariamente por los partidos políticos.
-¿Algo que se ubicaría, al menos en este momento, entre la polarización y cierta orfandad de representación política?
-Hubo
grandes transformaciones en la vida social y política de nuestro país
que surgieron a partir de las noticias sobre estos casos, antes que de
iniciativas del Congreso o del Ejecutivo. Por ejemplo, el fin del
servicio militar, que llegó a partir del caso Carrasco. Incluso la
crisis de 2001 podría pensarse en los términos de estos casos, en el
sentido de que el estallido social, a pesar de la situación que se
vivía, sorprende al poder y, también, sorprende a los medios de
comunicación. En todos estos casos siempre hay una estructura; sale a la
luz un conflicto estructural descuidado o que estaba siendo tratado de
forma coyuntural. Con frecuencia, son conflictos que tienen que ver con
la corrupción con que se vincula el Congreso con el Poder Ejecutivo o la
falta de control del Ejecutivo sobre las fuerzas de seguridad.
Conflictos que el caso pone en agenda. Me parece que algo de todo esto
está ocurriendo en este momento. Y creo que la reacción del Gobierno
frente a la muerte de Nisman escandaliza más que el hecho de esa muerte.
-¿Fracasó la política comunicacional del Gobierno frente a este hecho?
-Me
parece que, desde el punto de vista de la comunicación política, hubo
una reacción muy poco profesional. Escandaliza que, frente a algo que se
visualiza como distinto, incluso terminal, se hayan intentado los
mismos trucos de siempre. Hasta diría que indigna más que otras veces.
Distinto hubiera sido si en su primera aparición pública, en su primera
carta en Facebook, la Presidenta hubiera dicho algo así como:
"Independientemente de cuál sea el contenido de la acusación del fiscal
Nisman, nos vamos a poner al frente de la investigación; nos condolemos
por la muerte, que tiene características políticas, y estamos
interesados en que se resuelva". Pero no dijo nada de esto. Por eso
pienso que su reacción es parte de la angustia y la enorme decepción que
se perciben, no sólo con respecto al Gobierno, sino también frente a la
oposición.
-¿Por qué la insistencia en adjudicar un protagonismo tan central a los medios?
-Estamos
frente a un caso mediático conmocionante en la época de Cristina
Kirchner. Esto quiere decir que desde 2008, con el conflicto con el
campo y sobre todo a partir de la promulgación de la ley de servicios de
comunicación audiovisual, el principal enemigo del gobierno de Cristina
Kirchner han sido los medios de comunicación. Vivimos una etapa de
mediatización al cuadrado: la cuestión no es que los medios transmiten
los conflictos, sino que los medios son el primer conflicto. Para
cualquier tema, el Gobierno ha tenido una posición para ese tema y una
posición frente a los medios.
-¿Podría decirse que se convirtieron en un oponente privilegiado?
-Sí.
Doy otro ejemplo: todos los debates sobre la seguridad no han sido
sobre las estadísticas del delito, sino sobre la cobertura mediática de
la inseguridad. Quizás en la etapa de Néstor y al principio del gobierno
de Cristina, era más importante la gestión de los temas que cómo se
contaban esos temas. Pero a partir de 2008 es más importante cómo se
cuenta que la gestión de una problemática determinada. En este punto es
donde los medios aparecen como el gran adversario. La otra
característica del caso Nisman es que produjo tanta sorpresa que todos
los actores sociales dejaron de respetar sus propios tiempos y lógica
institucional, e hicieron el papel de periodistas y medios de
comunicación. Está la primera carta de Cristina: como presidenta de la
Nación, no podía ponerse a tejer conjeturas y tratar de respaldarlas con
una serie de interrogantes, formulados a nivel de la última información
que se tenía, pero no a nivel de organización del Estado. En una crisis
de este tipo, lo que se le pide al primer mandatario es reducir la
incertidumbre. Por supuesto, la incertidumbre respecto a lo que pasó esa
noche no se puede reducir. Pero la Presidenta podría haber dicho: "Me
voy a poner al frente de la investigación porque necesitamos saber qué
pasó". Desde el punto de vista de los poderes del Estado, eso hubiera
fortalecido el deseo de verdad y justicia. Por el contrario, la
Presidenta se puso en el lugar de un periodista, publicó sus hipótesis
por Facebook y no usó la cadena nacional. Lo mismo ocurre con la
Justicia. La fiscal a veces exagera en la necesidad que tiene de dar
datos sobre las pruebas, lo que la lleva a contradecirse y hablar de
más. Está haciendo un papel que no tiene por qué hacer la Justicia: cada
día dar una información. Una urgencia que es de los medios.
-¿Y la oposición?
-Está
muda. La veo como detrás de la reacción de la gente, en lugar de estar
por delante. Como si estuviera esperando, viendo de qué modo aprovechar
mejor la situación, con fines electoralistas? No obstante, creo que en
este momento las elecciones no están para nada en la cabeza de la gente.
Tampoco hay comprensión de los tiempos: el tiempo electoralista, el
tiempo del marketing de campaña, no es el tiempo de las transformaciones
políticas. Y, como estamos muy cerca, no estamos viendo la
transformación que se está produciendo, que es muy grande. Pienso que
todo esto tiene que ver con el fin de un ciclo; con el agotamiento del
kirchnerismo como estrategia discursiva. Esta vez, el recurso de siempre
no les va a salir.
-¿Habría posibilidad de iniciar gestos más conciliadores?
-Hay
mucha conciencia en el kirchnerismo de que se está acabando su ciclo. Y
no hay tiempo para modificar algo como la política comunicacional, que
fue tan importante en estos años. Por otra parte, me parece que los
sectores mas lúcidos del kirchnerismo se están dando cuenta de que esta
vez han quedado descolocados. Esto no quita que hayan sido muy
profesionales en el manejo de la comunicación y que hayan intentado
construir algo colectivo, incorporando a los sectores más desfavorecidos
como un destinatario de su discurso. Sin embargo, desde hace bastante
tiempo, tanto a la Presidenta como a sus voceros la gente común no
parece importarles. Quienes asesoran a la Presidenta en materia
comunicacional están todavía en el paradigma crítico, cuyo punto de
vista es que el pobre o el marginal no tiene capacidades críticas, y que
la clase media es egoísta y, en el fondo, bastante deleznable. Por eso
su temor a los medios: la Presidenta los considera más poderosos de lo
que en realidad son. Su concepción es que pueden llevar de narices a la
gente. Le falta una teoría de la audiencia, del público, del ciudadano,
que dé cuenta de su autonomía y capacidad crítica. Porque hoy se puede
decir, con evidencia científica, que la gente es crítica, tiene su
propia teoría informal de la comunicación y sabe mucho acerca de lo
mediático.
-En este sentido, ¿cómo definiría el modelo comunicacional, más que kirchnerista, "cristinista"?
-Ella
tiene una teoría cuando alude a los medios, que podemos traducir a
partir de las intervenciones de Carta Abierta y las discusiones por la
llamada ley de medios. Una teoría interesante, poderosa y en muchos
aspectos moderna. En el ámbito académico, hay consenso sobre la poca
conveniencia de que los medios de comunicación estén concentrados en
pocas manos, se acepta que son actores políticos... todos conceptos que
maneja la Presidenta, que además tiene un capital discursivo más
sofisticado que el de otros líderes populistas. En el kirchnerismo hay,
incluso, desarrollo de marcas: SUBE, Tecnópolis son marcas
excepcionales. Entonces, se juntan aquí virtudes personales con una
estrategia en comunicación política. Pero me parece que a la teoría que
maneja le está faltando un registro de la autonomía e independencia del
público. Y eso cambia mucho las cosas. Porque lo que resulta es un
populismo sin consideración del pueblo [sonríe]. Sin la suficiente
consideración del pueblo. En forma creciente, la sociedad civil no ha
sido destinataria del discurso kirchnerista. Hay una obnubilación
ideológica para pensar la autonomía de los públicos. Falta una
conceptualización de las personas corrientes. Y falta una reflexión
sobre la víctima. Cristina Kirchner no se condolió por ninguna víctima,
porque en el fondo las ve como una agresión a su gobierno. Es extraño:
hay como una incapacidad para pensar a las víctimas, que pasan a ser
adversarios políticos. Tampoco se puede pensar al otro ideológico. A mi
parecer, la respuesta a esto es lo que se tiene que venir: la demanda de
responsabilidad al Estado y el cansancio de que se revictimice a la
víctima.
-Con este marco, ¿cuál sería el legado del kirchnerismo en relación con el vínculo con el universo mediático?
-Me
parece que antes del kirchnerismo los medios trabajaban de manera más
compacta, más corporativamente. Hoy en día el bloque está dividido y eso
permite las críticas cruzadas. Lo cual es positivo, en mi opinión.
Tenemos 6,7,8 y tenemos a Lanata, y cada uno exagera pero también
dice algo sobre el otro? Hubo cierta popularización de la idea de los
medios, de las corporaciones, el Grupo Clarín. Hoy en día uno puede
hablar del Grupo Clarín con el quiosquero, por ejemplo. Y eso antes no
pasaba. Ahora bien, todo esto tiene que ver más con el hecho de que lo
mediático fue un tópico recurrente en el discurso de la Presidenta que
con el andamiaje crítico nuevo que hayan podido incorporar las personas.
Porque, ¿quién mira 6,7,8? Hay un guiño permanente a los
propios, una coincidencia muy grande en la teoría de los medios de la
Presidenta y la de los intelectuales que la acompañan. Un apoyo
intelectual que no se dirige al común de la gente. Creo, además, que a
todo esto hay que agregarle un condimento: los medios evolucionan de un
modo independiente a que el kirchnerismo esté en el poder. Hoy, gracias a
las redes sociales, existe información que circula más allá del emisor,
y la gente se ha convertido en canal de circulación. Uno recibe las
noticias, que a lo mejor fueron generadas por un diario, y que después
circulan más allá de eso. En el mismo caso Nisman, la primera
información la dio un periodista en su tuit personal, ni siquiera a
través de la cuenta del medio en que trabajaba. Eso deja como medio
viejo el discurso acerca del "ogro" Clarín o TN.
-¿Y qué tipo de legado habría desde el punto de vista de la cultura política?
-Si
bien es evidente que el kirchnerismo ha tenido muchas cosas positivas
en lo social, en el ámbito de la cultura política deja un legado
pernicioso. De un gesto muy autoritario de quienes están en el poder,
que descalifican todo saber o reflexión que no sea elaborado por ellos
mismos. Algo que puede ser que esté empezando a diluirse. Pienso que lo
que no habría que repetir es esta actitud de blindar el discurso y
transformar todo en cuestión de conflicto, guerra, bandos. Entre la
gente hay una percepción similar a la de 2001, en el sentido de que
también había esta idea de orfandad, de ausencia de representación. Me
parece que en ese momento tenía que ver con una gran ineficiencia y
falta de legitimidad de la clase política. Ahora eso, evidentemente,
está mejor. Y hay una demanda de solidaridad más directa, de convivencia
y respeto. El próximo presidente no va a poder ignorar esta realidad de
la sociedad civil.
Un futuro posible, según Fernández Pedemonte
¿De qué modo la movilización del 18-F podría afectar la campaña electoral?
Hay
que incorporar el tema de la sociedad civil, que tiene su agenda, que
quiere participar y tiene canales y capacidad de autoconvocarse.
Pareciera que el kirchnerismo hubiera avanzado en el orden social y
económico, sobre todo atendiendo a las necesidades más urgentes, pero
hubiera quedado atrasado en la necesidad de abrir el paso, escuchar y
articular demandas. El problema que observo es que no parece haber
ningún actor político realmente preparado para realizar algo así. Este
tipo de demanda, la que actualmente asoma en la sociedad civil, es como
un proceso: va creciendo, tiene sus tiempos. Y lo que veo en los
candidatos con más posibilidades para competir en las próximas
elecciones es que siguen pensando su figura como una marca. Están
preocupados, básicamente, por el marketing. De hecho, son marcas,
nombres propios incluso intercambiables desde el punto de vista
ideológico. Lamentablemente, no sé si hay algún ámbito en el que se esté
pensando seriamente en procesos que, como todos los ligados a la
ciudadanía, son lentos. Pero también son definitivos.
Mano a mano
Un teórico de los casos mediáticos
Generoso,
Fernández Pedemonte no escatima tiempo ni palabras para ahondar en los
temas que lo apasionan y sobre los cuales escribió en los libros La
gestión del disenso. La comunicación gubernamental en problemas y
Conmoción pública. Los casos mediáticos y sus públicos. Doctor en
Letras, con estancias posdoctorales en la Facultad de Comunicación de
Ohio University y en la Universidad Católica de Milán, actualmente es
investigador del Conicet y director de la Escuela de Posgrados en
Comunicación y de la maestría en Gestión de Contenidos de la Universidad
Austral. Cuenta que el germen de su teoría sobre los "casos mediáticos
conmocionantes" está en los años 90, cuando se interesaba en la
cobertura del delito, la inseguridad y la violencia en los medios.
"Mientras estudiaba el caso de la masacre de Ramallo, en 1999, vi que
ahí había una estructura, un emergente -relata-. Estábamos en elecciones
y los candidatos se disputaban el discurso de la mano dura. Pero lo que
apareció en Ramallo fue la violencia de la policía. Como si todos
estuviéramos mirando en una dirección, y la realidad nos hiciera mirar
en otra: algo soterrado que, de repente, afloraba.".
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