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Damián Fernández Pedemonte. "El próximo presidente no va a poder ignorar a la sociedad civil"

Experto en medios y política, considera "poco profesional" la reacción oficial ante el caso Nisman y describe una demanda social "de convivencia y respeto" frente al legado kirchnerista

Por   | LA NACION
 
Foto: Ricardo Pristupluk
Hace años que Damián Fernández Pedemonte, investigador del Conicet y director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral, estudia los vínculos entre medios, política y audiencias. Por eso, enmarca los sucesos desatados tras la muerte del fiscal Nisman dentro de lo que llama "casos mediáticos conmocionantes", que impulsan públicos: "Personas que se movilizan y generan una especie de nueva solidaridad que no pasa necesariamente por los partidos políticos", explica.

En relación con la reacción del Gobierno, asegura: "Fue muy poco profesional. Creo que el intento de usar los mismos trucos de siempre escandaliza más que el hecho mismo de la muerte de Nisman".

Convencido de que en la estrategia comunicacional kirchnerista asoma "un populismo sin consideración del pueblo e incapaz de pensar a las víctimas", asegura que hoy "vivimos una etapa de mediatización al cuadrado: la cuestión no es que los medios transmiten los conflictos, sino que los medios son el primer conflicto". En este marco, observa cierto trastocamiento entre el papel de los periodistas profesionales y el de cruciales representantes de los poderes del Estado, "que hicieron el papel de periodistas y medios de comunicación, como la Presidenta, que en su primera carta en Facebook se pone a tejer conjeturas. O la fiscal, que a veces exagera en la necesidad de dar datos".

-¿Cómo pensar la marcha del 18-F desde lo comunicacional?
-Ante todo, ratificó la capacidad de autoconvocarse de la sociedad civil. Creo que tiene que ver con cómo se conectan, en sus reclamos a un Estado que no estuvo donde debía estar, las audiencias de los medios y los grupos sociales con los que denomino "casos mediáticos conmocionantes". Hace un tiempo que vengo analizando casos que cada tanto sacuden a la opinión pública y generan más debate que las noticias habituales. El primer efecto que producen es de sorpresa y estupor: dejan a todos los actores sociales, incluidos los medios y los políticos, sin saber qué respuesta dar, como mirando para otro lado. Son fenómenos que tienen consecuencias institucionales. Algunos ejemplos: el escándalo por los sobornos en el Senado de la Nación, en 2000, que provocó la renuncia del vicepresidente de la Nación. O la aparición en la opinión pública de Blumberg, que trajo como consecuencia una modificación en el discurso de Néstor Kirchner sobre la inseguridad. Son casos que impulsan públicos: personas que se movilizan sin seguir las consignas de los políticos profesionales y generan una especie de nueva solidaridad que no pasa necesariamente por los partidos políticos.

-¿Algo que se ubicaría, al menos en este momento, entre la polarización y cierta orfandad de representación política?
-Hubo grandes transformaciones en la vida social y política de nuestro país que surgieron a partir de las noticias sobre estos casos, antes que de iniciativas del Congreso o del Ejecutivo. Por ejemplo, el fin del servicio militar, que llegó a partir del caso Carrasco. Incluso la crisis de 2001 podría pensarse en los términos de estos casos, en el sentido de que el estallido social, a pesar de la situación que se vivía, sorprende al poder y, también, sorprende a los medios de comunicación. En todos estos casos siempre hay una estructura; sale a la luz un conflicto estructural descuidado o que estaba siendo tratado de forma coyuntural. Con frecuencia, son conflictos que tienen que ver con la corrupción con que se vincula el Congreso con el Poder Ejecutivo o la falta de control del Ejecutivo sobre las fuerzas de seguridad. Conflictos que el caso pone en agenda. Me parece que algo de todo esto está ocurriendo en este momento. Y creo que la reacción del Gobierno frente a la muerte de Nisman escandaliza más que el hecho de esa muerte.

-¿Fracasó la política comunicacional del Gobierno frente a este hecho?
-Me parece que, desde el punto de vista de la comunicación política, hubo una reacción muy poco profesional. Escandaliza que, frente a algo que se visualiza como distinto, incluso terminal, se hayan intentado los mismos trucos de siempre. Hasta diría que indigna más que otras veces. Distinto hubiera sido si en su primera aparición pública, en su primera carta en Facebook, la Presidenta hubiera dicho algo así como: "Independientemente de cuál sea el contenido de la acusación del fiscal Nisman, nos vamos a poner al frente de la investigación; nos condolemos por la muerte, que tiene características políticas, y estamos interesados en que se resuelva". Pero no dijo nada de esto. Por eso pienso que su reacción es parte de la angustia y la enorme decepción que se perciben, no sólo con respecto al Gobierno, sino también frente a la oposición.

-¿Por qué la insistencia en adjudicar un protagonismo tan central a los medios?
-Estamos frente a un caso mediático conmocionante en la época de Cristina Kirchner. Esto quiere decir que desde 2008, con el conflicto con el campo y sobre todo a partir de la promulgación de la ley de servicios de comunicación audiovisual, el principal enemigo del gobierno de Cristina Kirchner han sido los medios de comunicación. Vivimos una etapa de mediatización al cuadrado: la cuestión no es que los medios transmiten los conflictos, sino que los medios son el primer conflicto. Para cualquier tema, el Gobierno ha tenido una posición para ese tema y una posición frente a los medios.

-¿Podría decirse que se convirtieron en un oponente privilegiado?
-Sí. Doy otro ejemplo: todos los debates sobre la seguridad no han sido sobre las estadísticas del delito, sino sobre la cobertura mediática de la inseguridad. Quizás en la etapa de Néstor y al principio del gobierno de Cristina, era más importante la gestión de los temas que cómo se contaban esos temas. Pero a partir de 2008 es más importante cómo se cuenta que la gestión de una problemática determinada. En este punto es donde los medios aparecen como el gran adversario. La otra característica del caso Nisman es que produjo tanta sorpresa que todos los actores sociales dejaron de respetar sus propios tiempos y lógica institucional, e hicieron el papel de periodistas y medios de comunicación. Está la primera carta de Cristina: como presidenta de la Nación, no podía ponerse a tejer conjeturas y tratar de respaldarlas con una serie de interrogantes, formulados a nivel de la última información que se tenía, pero no a nivel de organización del Estado. En una crisis de este tipo, lo que se le pide al primer mandatario es reducir la incertidumbre. Por supuesto, la incertidumbre respecto a lo que pasó esa noche no se puede reducir. Pero la Presidenta podría haber dicho: "Me voy a poner al frente de la investigación porque necesitamos saber qué pasó". Desde el punto de vista de los poderes del Estado, eso hubiera fortalecido el deseo de verdad y justicia. Por el contrario, la Presidenta se puso en el lugar de un periodista, publicó sus hipótesis por Facebook y no usó la cadena nacional. Lo mismo ocurre con la Justicia. La fiscal a veces exagera en la necesidad que tiene de dar datos sobre las pruebas, lo que la lleva a contradecirse y hablar de más. Está haciendo un papel que no tiene por qué hacer la Justicia: cada día dar una información. Una urgencia que es de los medios.

-¿Y la oposición?
-Está muda. La veo como detrás de la reacción de la gente, en lugar de estar por delante. Como si estuviera esperando, viendo de qué modo aprovechar mejor la situación, con fines electoralistas? No obstante, creo que en este momento las elecciones no están para nada en la cabeza de la gente. Tampoco hay comprensión de los tiempos: el tiempo electoralista, el tiempo del marketing de campaña, no es el tiempo de las transformaciones políticas. Y, como estamos muy cerca, no estamos viendo la transformación que se está produciendo, que es muy grande. Pienso que todo esto tiene que ver con el fin de un ciclo; con el agotamiento del kirchnerismo como estrategia discursiva. Esta vez, el recurso de siempre no les va a salir.

-¿Habría posibilidad de iniciar gestos más conciliadores?
-Hay mucha conciencia en el kirchnerismo de que se está acabando su ciclo. Y no hay tiempo para modificar algo como la política comunicacional, que fue tan importante en estos años. Por otra parte, me parece que los sectores mas lúcidos del kirchnerismo se están dando cuenta de que esta vez han quedado descolocados. Esto no quita que hayan sido muy profesionales en el manejo de la comunicación y que hayan intentado construir algo colectivo, incorporando a los sectores más desfavorecidos como un destinatario de su discurso. Sin embargo, desde hace bastante tiempo, tanto a la Presidenta como a sus voceros la gente común no parece importarles. Quienes asesoran a la Presidenta en materia comunicacional están todavía en el paradigma crítico, cuyo punto de vista es que el pobre o el marginal no tiene capacidades críticas, y que la clase media es egoísta y, en el fondo, bastante deleznable. Por eso su temor a los medios: la Presidenta los considera más poderosos de lo que en realidad son. Su concepción es que pueden llevar de narices a la gente. Le falta una teoría de la audiencia, del público, del ciudadano, que dé cuenta de su autonomía y capacidad crítica. Porque hoy se puede decir, con evidencia científica, que la gente es crítica, tiene su propia teoría informal de la comunicación y sabe mucho acerca de lo mediático.

-En este sentido, ¿cómo definiría el modelo comunicacional, más que kirchnerista, "cristinista"?
-Ella tiene una teoría cuando alude a los medios, que podemos traducir a partir de las intervenciones de Carta Abierta y las discusiones por la llamada ley de medios. Una teoría interesante, poderosa y en muchos aspectos moderna. En el ámbito académico, hay consenso sobre la poca conveniencia de que los medios de comunicación estén concentrados en pocas manos, se acepta que son actores políticos... todos conceptos que maneja la Presidenta, que además tiene un capital discursivo más sofisticado que el de otros líderes populistas. En el kirchnerismo hay, incluso, desarrollo de marcas: SUBE, Tecnópolis son marcas excepcionales. Entonces, se juntan aquí virtudes personales con una estrategia en comunicación política. Pero me parece que a la teoría que maneja le está faltando un registro de la autonomía e independencia del público. Y eso cambia mucho las cosas. Porque lo que resulta es un populismo sin consideración del pueblo [sonríe]. Sin la suficiente consideración del pueblo. En forma creciente, la sociedad civil no ha sido destinataria del discurso kirchnerista. Hay una obnubilación ideológica para pensar la autonomía de los públicos. Falta una conceptualización de las personas corrientes. Y falta una reflexión sobre la víctima. Cristina Kirchner no se condolió por ninguna víctima, porque en el fondo las ve como una agresión a su gobierno. Es extraño: hay como una incapacidad para pensar a las víctimas, que pasan a ser adversarios políticos. Tampoco se puede pensar al otro ideológico. A mi parecer, la respuesta a esto es lo que se tiene que venir: la demanda de responsabilidad al Estado y el cansancio de que se revictimice a la víctima.

-Con este marco, ¿cuál sería el legado del kirchnerismo en relación con el vínculo con el universo mediático?
-Me parece que antes del kirchnerismo los medios trabajaban de manera más compacta, más corporativamente. Hoy en día el bloque está dividido y eso permite las críticas cruzadas. Lo cual es positivo, en mi opinión. Tenemos 6,7,8 y tenemos a Lanata, y cada uno exagera pero también dice algo sobre el otro? Hubo cierta popularización de la idea de los medios, de las corporaciones, el Grupo Clarín. Hoy en día uno puede hablar del Grupo Clarín con el quiosquero, por ejemplo. Y eso antes no pasaba. Ahora bien, todo esto tiene que ver más con el hecho de que lo mediático fue un tópico recurrente en el discurso de la Presidenta que con el andamiaje crítico nuevo que hayan podido incorporar las personas. Porque, ¿quién mira 6,7,8? Hay un guiño permanente a los propios, una coincidencia muy grande en la teoría de los medios de la Presidenta y la de los intelectuales que la acompañan. Un apoyo intelectual que no se dirige al común de la gente. Creo, además, que a todo esto hay que agregarle un condimento: los medios evolucionan de un modo independiente a que el kirchnerismo esté en el poder. Hoy, gracias a las redes sociales, existe información que circula más allá del emisor, y la gente se ha convertido en canal de circulación. Uno recibe las noticias, que a lo mejor fueron generadas por un diario, y que después circulan más allá de eso. En el mismo caso Nisman, la primera información la dio un periodista en su tuit personal, ni siquiera a través de la cuenta del medio en que trabajaba. Eso deja como medio viejo el discurso acerca del "ogro" Clarín o TN.

-¿Y qué tipo de legado habría desde el punto de vista de la cultura política?
-Si bien es evidente que el kirchnerismo ha tenido muchas cosas positivas en lo social, en el ámbito de la cultura política deja un legado pernicioso. De un gesto muy autoritario de quienes están en el poder, que descalifican todo saber o reflexión que no sea elaborado por ellos mismos. Algo que puede ser que esté empezando a diluirse. Pienso que lo que no habría que repetir es esta actitud de blindar el discurso y transformar todo en cuestión de conflicto, guerra, bandos. Entre la gente hay una percepción similar a la de 2001, en el sentido de que también había esta idea de orfandad, de ausencia de representación. Me parece que en ese momento tenía que ver con una gran ineficiencia y falta de legitimidad de la clase política. Ahora eso, evidentemente, está mejor. Y hay una demanda de solidaridad más directa, de convivencia y respeto. El próximo presidente no va a poder ignorar esta realidad de la sociedad civil.

Un futuro posible, según Fernández Pedemonte

¿De qué modo la movilización del 18-F podría afectar la campaña electoral?

Hay que incorporar el tema de la sociedad civil, que tiene su agenda, que quiere participar y tiene canales y capacidad de autoconvocarse. Pareciera que el kirchnerismo hubiera avanzado en el orden social y económico, sobre todo atendiendo a las necesidades más urgentes, pero hubiera quedado atrasado en la necesidad de abrir el paso, escuchar y articular demandas. El problema que observo es que no parece haber ningún actor político realmente preparado para realizar algo así. Este tipo de demanda, la que actualmente asoma en la sociedad civil, es como un proceso: va creciendo, tiene sus tiempos. Y lo que veo en los candidatos con más posibilidades para competir en las próximas elecciones es que siguen pensando su figura como una marca. Están preocupados, básicamente, por el marketing. De hecho, son marcas, nombres propios incluso intercambiables desde el punto de vista ideológico. Lamentablemente, no sé si hay algún ámbito en el que se esté pensando seriamente en procesos que, como todos los ligados a la ciudadanía, son lentos. Pero también son definitivos.

 

Mano a mano

Un teórico de los casos mediáticos

Generoso, Fernández Pedemonte no escatima tiempo ni palabras para ahondar en los temas que lo apasionan y sobre los cuales escribió en los libros La gestión del disenso. La comunicación gubernamental en problemas y Conmoción pública. Los casos mediáticos y sus públicos. Doctor en Letras, con estancias posdoctorales en la Facultad de Comunicación de Ohio University y en la Universidad Católica de Milán, actualmente es investigador del Conicet y director de la Escuela de Posgrados en Comunicación y de la maestría en Gestión de Contenidos de la Universidad Austral. Cuenta que el germen de su teoría sobre los "casos mediáticos conmocionantes" está en los años 90, cuando se interesaba en la cobertura del delito, la inseguridad y la violencia en los medios. "Mientras estudiaba el caso de la masacre de Ramallo, en 1999, vi que ahí había una estructura, un emergente -relata-. Estábamos en elecciones y los candidatos se disputaban el discurso de la mano dura. Pero lo que apareció en Ramallo fue la violencia de la policía. Como si todos estuviéramos mirando en una dirección, y la realidad nos hiciera mirar en otra: algo soterrado que, de repente, afloraba.".

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