Diego Litvinoff asegura que así como las nuevas
tecnologías pueden contribuir a visibilizar las arbitrariedades de un
sistema dictatorial, también invisiblizan sus propios mecanismos de
censura poniendo en cuestión su pretendido poder democratizador.
Por Diego Ezequiel Litvinoff *
(Página/12)
(Página/12)
El
uso de las nuevas tecnologías de comunicación es tan pronto festejado
como vilipendiado. De herramientas democratizadoras per se, a mecanismos
de alienación constitutivos, las aguas se dividen sin mediaciones
aparentes. Tal vez habría que empezar por lo evidente: si bien es cierta
la creciente masificación de su uso, ello no implica la desaparición
inmediata de las viejas tecnologías.
Pero, así como las nuevas tecnologías pueden contribuir a visibilizar las arbitrariedades de un sistema dictatorial, no hacen sino invisibilizar sus propios mecanismos de censura, lo que desmiente el entusiasmo democratizador con el que suelen ser avaladas. Y no sólo porque, como se sabe, tienden, al igual que otros medios, a concentrarse en pocas manos; sino, sobre todo, porque son, en realidad, sus propias condiciones de uso las que imponen las dinámicas de apertura o clausura de ciertos modos de intervención y por lo tanto de la difusión de determinados contenidos.
Valga de ejemplo lo sucedido en torno del tuit de Florencia Saintout, a propósito del atentado en Charlie Hebdo. En cuanto al estilo, puede observarse que responde a los típicos mensajes que se plasman en estos dispositivos. Para poder circular, deben ser breves, contundentes y sugerir más de lo que dicen.
Sin embargo, los comentarios negativos que ha suscitado, la condena moral de la que ha sido objeto y el feroz ejercicio de interpretosis, que le atribuye afirmaciones atroces, dan cuenta de los límites de ese mensaje, que, no concerniendo a la forma, deben buscarse en su propio contenido: “Los crímenes no tienen justificaciones pero sí tienen contextos”. Si esa frase hubiera sido pronunciada, por ejemplo, en el ámbito académico, no habría generado adhesiones ni rechazos. Es más, no hubiera sido necesaria, puesto que en ese ámbito la contextualización de los hechos es un ejercicio ineludible, siendo aquello que se discute la definición del contexto en el que cada hecho se enmarca. En este caso, ¿se trata de una radicalización de la “guerra de civilizaciones” o el contexto es el de una elite que, lejos de ser conservadora como antaño, si no los provoca directa o indirectamente, al menos se ve beneficiada con la producción de ciertos acontecimientos? Este debate exige las condiciones que brinda la comunicación académica, con sus modalidades de escritura extensa, referencia teórica, inscripción personal y modos de exposición y evaluación.
Twitter, al contrario, inhibe la posibilidad del debate por el contexto, porque sus condiciones son la brevedad del enunciado, su apertura interpretativa, la desmesurada posibilidad de respuesta, el anonimato y la estimulación de una reacción inmediata, que deriva en una opinión irreflexiva. Bajo estas condiciones, lo que se reclama es un enunciado cuya justificación, comprensión y respuesta no exija más que otro enunciado del mismo tipo.
Las nuevas tecnologías generan, aunque sutiles, diversos mecanismos de uso, ingreso y permanencia. El desafío es aprender a utilizarlos, aprovechando las posibilidades que abren, como la de difundir contenidos alternativos o darles voz a quienes de otro modo no la tienen. La paradoja del tuit de Saintout fue que mencionó, siguiendo las modalidades formales de los nuevos medios, la palabra cuyo contenido éstos excluyen: “contexto”. Se sometió así, sin pretenderlo, a la despiadada utilización política de sus dichos.
La ampliación y democratización de los medios deben ir acompañadas por una indagación profunda sobre los límites y potencialidades de cada uno de ellos. La misma que se debe tener cuando se los utiliza políticamente, por más loables que sean sus pretensiones. Por más justificadas y contextualizadas, que estén las argumentaciones.
* Sociólogo UBA, diegolitvinoff@yahoo.com.ar
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