Tribuna de Daniel Bilotta, profesor de Planificación Comunicacional de la UNLZ (Argentina), publicado en Diario Clarín.
Es evidente la intención de evitar que miembros de ese círculo aparezcan representados por los medios en una situación de vulnerabilidad.
Mandato que arrastran las élites como una incompatibilidad con los atributos que se espera de un príncipe. También la de dejar correr especulaciones para ganar tiempo y definir cuál es la mejor opción para hacer de la publicidad del hecho un pase a la ofensiva sobre ellos.
Porque en situaciones críticas, el Gobierno profundiza el estado de beligerancia que mantiene con un sector de la prensa.
La democratización de la palabra fue la metáfora urdida por el oficialismo para justificar una guerra que tiene en la legitimidad a ejercer la función de producir enfoques de la verdad alternativos al del poder institucional su motivación verdadera que es, además, la madre de todas las batallas. No extraña, entonces, la animadversión que despierta cualquier obstáculo que se interponga con ese objetivo.
Como Daniel Scioli, que concentra todos los demonios de la antipolítica para los K, pero que podría reflejar un modelo dirigencial a la medida del homo comunicans de la comunicación utópica que Norbert Wienner creó tras vivir con horror la Segunda Guerra: un ser pensado sólo para estar en contacto con un mundo exterior constituido por la información que circula. Carente de vida interior y, por tanto, sin nada que ocultar. O casi.
La imagen que mostró al gobernador Scioli con Hugo Moyano sinceró la relación que venían cultivando. Versión remixada del homo faber sindicalizado e indeseable para el Gobierno desde que proclamó la idea de que la democracia sería más plena el día que un trabajador sea presidente, al camionero se le busca desde entonces un reemplazo como secretario general de la CGT.
Con Scioli no es tan fácil. Cada golpe de Juan Gabriel Mariotto, su vice, a los tobillos, acrecienta su imagen pública . Principal acumulación política en la carrera por suceder a Cristina, más cómoda cuando el hermetismo es garante de autonomía para resolver estas cuestiones a las que no es ajeno Máximo, fiel consejero y potencial candidato multipropósito.
El problema de la información – y las restricciones impuestas a su acceso – es que pone bajo análisis el intercambio de mensajes entre minorías en disputa, quitándoles margen para adoptar las reñidas con el interés público. Tópico urticante, como viene de ilustrar el senador Aníbal Fernández. Entre el “hago lo que se me antoja” y el “hice lo que tenía que hacer” en alusión a los dólares ahorrados, no hay nada sustancial que permita inferir la probabilidad de cambio.
En el extremo opuesto a repeticiones de consignas como “Clarín miente” se encuentra la evasiva
oficial a dar información detallada sobre la salud de miembros de la
familia presidencial cuando es sujeto inobjetable de las noticias.
La
dificultad en cumplir con una responsabilidad de Estado ligada a esa
investidura, como ocurrió con la internación de Máximo por una infección
en una de sus rodillas, tiene por antecedente los episodios de
descompensación de su padre, el fallecido ex presidente Néstor Kirchner,
y la intervención quirúrgica a la que fue sometida en enero su madre y
actual mandataria, Cristina Fernández.
Es evidente la intención de evitar que miembros de ese círculo aparezcan representados por los medios en una situación de vulnerabilidad.
Mandato que arrastran las élites como una incompatibilidad con los atributos que se espera de un príncipe. También la de dejar correr especulaciones para ganar tiempo y definir cuál es la mejor opción para hacer de la publicidad del hecho un pase a la ofensiva sobre ellos.
Porque en situaciones críticas, el Gobierno profundiza el estado de beligerancia que mantiene con un sector de la prensa.
La democratización de la palabra fue la metáfora urdida por el oficialismo para justificar una guerra que tiene en la legitimidad a ejercer la función de producir enfoques de la verdad alternativos al del poder institucional su motivación verdadera que es, además, la madre de todas las batallas. No extraña, entonces, la animadversión que despierta cualquier obstáculo que se interponga con ese objetivo.
Como Daniel Scioli, que concentra todos los demonios de la antipolítica para los K, pero que podría reflejar un modelo dirigencial a la medida del homo comunicans de la comunicación utópica que Norbert Wienner creó tras vivir con horror la Segunda Guerra: un ser pensado sólo para estar en contacto con un mundo exterior constituido por la información que circula. Carente de vida interior y, por tanto, sin nada que ocultar. O casi.
La imagen que mostró al gobernador Scioli con Hugo Moyano sinceró la relación que venían cultivando. Versión remixada del homo faber sindicalizado e indeseable para el Gobierno desde que proclamó la idea de que la democracia sería más plena el día que un trabajador sea presidente, al camionero se le busca desde entonces un reemplazo como secretario general de la CGT.
Con Scioli no es tan fácil. Cada golpe de Juan Gabriel Mariotto, su vice, a los tobillos, acrecienta su imagen pública . Principal acumulación política en la carrera por suceder a Cristina, más cómoda cuando el hermetismo es garante de autonomía para resolver estas cuestiones a las que no es ajeno Máximo, fiel consejero y potencial candidato multipropósito.
El problema de la información – y las restricciones impuestas a su acceso – es que pone bajo análisis el intercambio de mensajes entre minorías en disputa, quitándoles margen para adoptar las reñidas con el interés público. Tópico urticante, como viene de ilustrar el senador Aníbal Fernández. Entre el “hago lo que se me antoja” y el “hice lo que tenía que hacer” en alusión a los dólares ahorrados, no hay nada sustancial que permita inferir la probabilidad de cambio.
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