El libro Todos los hombres del presidente, que explica el caso Watergate y cómo lo siguieron los periodistas que descubrieron el caso, Bob Woodward y Carl Bernstein, se lee como un reportaje, como una novela policíaca y como un manual de periodismo.
Este 17 de junio se cumplen 40 años del
inicio del mayor escándalo político del siglo XX en Estados Unidos,
cuando el gobierno del republicano Richard Nixon espió al partido
Demócrata, lo que dos años después provocó la renuncia del Presidente.
Veamos las enseñanzas que dejó esa investigación para el periodismo y que se pueden leer en el libro Todos los hombres del presidente:
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1. El manejo de fuentes: calidad y cantidad
- Una fuente desde adentro: La fuente informativa principal de Woodward y Bernstein era “Garganta Profunda”,
pero no la única. Un trabajo así necesita mucho trabajo y fueron muchas
las personas que permitieron descubrir la serie de actos de corrupción
política en los que estaba involucrado el propio presidente Richard
Nixon.
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- Mucha, muchísima gente:
Los dos periodistas “llegaron a tener una lista con varios centenares
de números de teléfonos de fuentes a los que llamaban al menos dos veces
por semana” (enlace).
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- No todas las fuentes son útiles: Woodward y Bernstein habían conocido mucha gente “que estaba deseosa de ayudarles pero que no tenían información de importancia, solo conocían rumores de aquí y allá, de tercera o cuarta mano” (enlace).
- No todas las fuentes son útiles: Woodward y Bernstein habían conocido mucha gente “que estaba deseosa de ayudarles pero que no tenían información de importancia, solo conocían rumores de aquí y allá, de tercera o cuarta mano” (enlace).
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2. La protección de las fuentes
En un caso tan delicado, que incluía
corrupción, delitos y políticos muy poderosos, corrían riesgos
personales los periodistas y sus fuentes. Por eso, la protección de
quienes les daban información fue fundamental.
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- La “conversación subterránea”:
Woodward había prometido a “Garganta Profunda” que “jamás daría su
nombre ni su posición a nadie en absoluto. Además se había comprometido a
no mencionarlo nunca, ni siquiera en calidad de fuente anónima”. Era,
lo que se llama, una “conversación subterránea” (enlace).
33 años después, a la edad de 91 años, fue el mismo Mark Felt quien admitió que fue el informante del caso.
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- Una fuente en riesgo puede decidir las condiciones:
Para proteger a una fuente (Hugh W. Sloan, tesorero del Comité para la
Reelección del Presidente -CRP-), se le concedió la posibilidad de
“recibir copias de los reportajes antes de su publicación y borrar de
ellas todo lo que su abogado creyera que iba a ocasionarle problemas
legales, en tanto que la eliminación no falseara los hechos”.
A Sloan se le garantizó el anonimato para que pueda dar los datos que él tenía.
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3. Rigor periodístico en todo
Hasta el mínimo detalle, no solamente en
el trabajo de reportería, de recopilación de datos, de confirmación, de
contrastación, sino en la redacción de los textos, los periodistas se
impusieron el rigor que necesitaba un caso tan delicado. Woodward y
Bernstein fueron estableciendo algunas “reglas no escritas” para que su
trabajo sea riguroso.
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- En la redacción: Tanto era el rigor que a veces “se peleaban por el uso de una palabra” (enlace).
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- En la cofirmación de datos:
Una de las reglas no escritas fue que, “salvo en el caso de que hubiera
dos fuentes distintas que confirmasen una acusación relacionada a una
actividad que pudiera ser considerada criminal, esa sospecha específica
no se publicaría en el periódico”. En algunos casos, se exigió tener
tres o cuatro fuentes.
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- En caso de duda, no lo publiques: Y “si uno de los dos (periodistas) objetaba algo contra un reportaje, este no se publicaría”.
- En caso de duda, no lo publiques: Y “si uno de los dos (periodistas) objetaba algo contra un reportaje, este no se publicaría”.
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4. Resiste a las presiones de los poderosos
¿Qué publicar y qué no? En al menos dos
ocasiones, luego de obtener información mediante llamadas telefónicas,
recibieron presiones para que no se publiquen cosas que habían dicho.
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- Los funcionarios no deciden qué se publica: Uno de quienes ejercieron presiones fue Henry Kissinger,
ayudante del presidente Nixon, quien admitió a Woodward que “casi
nunca” (lo que era interpretado como “algunas veces”) había sido él,
Kissinger, quien personalmente había autorizado la toma de grabaciones
clandestinas de algunos de sus colaboradores.
“Yo le he estado diciendo estas cosas solamente para que le sirvan como fondo a su información”, le dijo Kissinger cuando se dio cuenta de que iba a ser mencionado en un reportaje. Woodward le respondió que no habían llegado a tal acuerdo y que iba a publicarlo.
La reacción de Kissinger era porque “muchos de los reporteros que hablaban regularmente con Kissinger dejaban a ‘Henry’ que dijera al terminar la conversación lo que debía citarse y lo que debía dejar de fondo”.
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En otro caso, un miembro del CRP pidió
que no se publique una declaración del fiscal general (ministro de
Justicia), John Mitchell, debido a que le despertaron cerca de la
medianoche para hacerle la consulta y lo habían “cogido con la guardia
baja”.
El director del Washington, Benjamin Bradlee hizo tres preguntas a Bernstein, que fue quien hizo la entrevista: ¿Se había identificado adecuadamente, sin lugar a dudas, diciendo quién era? ¿Se había dado cuenta Mitchell de que estaba hablando a un reportero? ¿Y Bernstein había tomado nota de la conversación? La respuesta afirmativa a las tres preguntas fue suficiente para dar el visto bueno a la publicación.
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5. El respaldo de editores y directivos es útil
¿Cómo deben ser los editores, directores y
dueños de un medio que destapa un acto de corrupción tan grande? En el
libro se cuentan algunas cosas como las siguientes:
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- El dueño del medio debe comprometerse: Cuando la investigación periodística del caso Watergate estaba avanzada, llegó una citación judicial para entregar las notas de los periodistas. Como una jugada del periódico para evitarlo, Katharine Graham, propietaria del Washington Post, iba a custodiar las notas más importantes.
El director, Benjamin Bradlee, en esa ocasión, dijo a sus dos periodistas: “Vamos a luchar hasta el fin, siguiendo esta estrategia, y así, si el juez quiere enviar a alguien a la cárcel por desacato, tendrá que ser la señora Graham. Y, ¡Dios mío!, la señora está dispuesta a dejarse encerrar”.
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- El director debe respaldar a su gente:
Ben Bradlee, en un año, se vio “en la necesidad de hacer dos
declaraciones… y ambas sobre el caso Watergate…”. En una ocasión, se
cuenta en el libro, acabó por pensar: “¡Que se vayan todos al cuerno! Yo
debo estar al lado de mis muchachos”.
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6. Respeta a todas las personas
- El periodismo no es cacería de brujas:
Cuando Nixon estaba acorralado, los periodistas buscaron una
entrevista, no para hacer leña del árbol caído, ni para convertirse en
entrevistadores estrellas. Dijeron a quien les podía conseguir la cita
que, “si el presidente accedía a la entrevista, las preguntas se le
darían por adelantado. No existía el menor interés en saltar de
improviso sobre él”. Hasta Nixon merecía un trato decente.
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7. No creas todo, te pueden engañar
En toda la investigación siempre flotó en
el ambiente la posibilidad de ser engañados para que los culpables en
el caso Watergate tengan un pretexto para desvirtuar la información. Por
eso fue necesario tomar precauciones y ser prudentes.
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- Duda: “¿Y si la Casa
Blanca había visto una oportunidad para acabar con el Washington Post,
preparando ella misma el terreno para una campaña que después se había
de mostrar falsa y calumniosa?”, se preguntó Bernstein en un momento de
la investigación.
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- Los documentos pueden ser falsos:
Cuando habían pasado meses desde la primera publicación, se mantenían
las dudas. “Se nos había dicho que nuestra redacción estaba siendo
sometida a vigilancia y escucha electrónica clandestina, que nuestras
vidas podían estar en peligro. Alguien que estaba dispuesto a ir tan
lejos, tampoco vacilaría en tendernos la trampa de darnos informes
falsos para hacernos publicar un reportaje comprometedor que nos
hundiera a todos. Había que tener cuidado con resbalar”.
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8. Comportamiento ético, siempre
Las enseñanzas más importantes del libro son las referentes a la ética periodística.
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- No pagar por información: Cuando
el abogado de uno de los testigos pidió dinero a cambio de una
entrevista, Woodward le respondió que “el ‘Post’ jamás pagaba por las
noticias”.
Cuando se lo contó al director del diario, Benjamin Bradlee, todo un personaje, este le dijo: “ofrécele esto”, y mostró el dedo del medio de la mano derecha.
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Woodward y Bernstein admiten en el libro que cometieron hechos incorrectos, poco profesionales y hasta algunos que rayaban en la ilegalidad. Esos errores sirven también como enseñanza:
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- Identificarse como periodistas: El
Post mantenía con firmeza la política de que los reporteros jamás
encubrieran su identidad. Pero en una ocasión, Bernstein no le dijo a la
madre de uno de los implicados en el caso (Donald Segretti) que
trabajaba para el Washington Post. Al final, esto no le facilitó obtener
ningún dato.
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- No hacerse pasar por otra persona: Bernstein,
indica el libro, “estaba dispuesto a romper las reglas de conducta
establecidas por el ‘Post’”. Así que, en una ocasión llamó a Gordon
Liddy (consejero de finanzas del CRP) para hacerse pasar por Donald
Segretti con el fin de obtener “un destello de reconocimiento” de la
relación entre ambos. Otra vez, no logró resultados.
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- A las fuentes no se les descubre: En
una ocasión tomaron una decisión poco profesional, como reconocieron
los periodistas después: “iban a descubrir a una de sus fuentes
confidenciales”. Se trataba de un agente del FBI. Los periodistas creían
que él les había engañado dándoles una información errónea que luego
publicaron y, por esa razón, se lo dijeron al superior del oficial.
Cuando se lo contaron a Ben Bradlee, él impidió que se revelara el nombre de la fuente en el periódico, a pesar de que ellos creían que les dio información falsa de manera intencionada. “Muchachos, nosotros jamás mencionamos a nuestros informantes y no vamos a empezar a hacerlo ahora”, les dijo y así se frenó ese intento.
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- Precisión y confirmación de datos: La
publicación del nombre de uno de los implicados en el caso Watergate
significó uno de los conflictos más grandes de toda la investigación
periodística. Una fuente desmintió que hubiera mencionado el nombre de
esa persona (H. R. Haldeman, ayudante del presidente Nixon) ante el gran
jurado que analizaba el caso, aunque se mantenía la sospecha de que
Haldeman tenía responsabilidad en el caso (luego pasó 18 meses en
prisión por este caso).
Al final, los periodistas reconocen que, en este dato, “se habían precipitado” “persuadidos por sus fuentes y por sus propias deducciones de que Haldeman se encontraba detrás del caso Watergate”.
A la fuente que dio el dato “no le habían pedido que repitiera sus palabras para asegurarse de que se habían comprendido perfectamente”.
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- Prudencia y serenidad: Con
otra fuente, “las preguntas de Bernstein habían sido incisivas y
tendenciosas. Tenían que haber intentado que fuera el propio agente
quien mencionara el nombre por sí mismo”.
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- Ser claros al obtener información: En
la confirmación de un dato, uno de los periodistas dio instrucciones
demasiado complicadas (que el entrevistado asiente el teléfono antes de
contar hasta 10 si estaba incorrecto el dato), las que el consultado
había entendido al revés. El resultado fue la publicación de un error.
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- No violar la ley: Woodward
y Bernstein llegaron también al límite de la legalidad cuando algunos
miembros de un gran jurado que investigaba el caso fueron consultados
para buscar información. El juez del caso consideró al hecho como
“extremadamente serio”, pues las deliberaciones eran “sagradas y
secretas”.
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Estas son algunas de las enseñanzas para
el periodismo del caso Watergate, producido hace ya 40, que siguen
vigentes. Una vez más: las herramientas han cambiado, pero las reglas básicas del periodismo se mantienen.
Publicado en el Blog de Juan Francisco Beltrán en "La Columna Quinta"
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