Si los medios adaptan sus tiempos y prioridades a la demanda de las redes sociales, sin apenas contraste ni filtro, el buen periodismo dejaría de existir y la profesión sería puro ilusionismo.
Por Agustín Valladolid, en "Zoom News"
En su artículo de ayer en este periódico Cristian Campos aludía a la denuncia realizada por el profesor José Manuel López Nicolás
en su blog bajo el sugerente título "Una puta mierda": un alumno
brillante se habría visto obligado a abandonar sus estudios por carecer
de recursos para pagar la matrícula. El autor, sin embargo, no revela el
nombre del afectado. A raíz de este episodio, ampliamente difundido por
algunos medios de comunicación, Campos nos pegaba un viaje:
"El periodismo debería abstenerse de comentar noticias que carecen de
protagonista identificado". No contento con eso, también nos leía la
cartilla: "Lo que diferencia un medio de prensa de un blog o una cuenta
de Twitter o Facebook son el criterio, el contraste y
el filtro (CCF). Sin cualquiera de esas barreras de entrada
-continuaba-, los medios de prensa se convierten en banales y, por ende,
en prescindibles". Antes, esto, o algo muy parecido, se enseñaba en las
facultades de la cosa; puede que a partir de ahora haya que incluirlo
en los contratos para que algunos se tomen lo del CCF mucho más en
serio.
Con ligerezas como esta la prensa se viene ganando a pulso, en los últimos tiempos, su desprestigio. La urgencia, entendida antes como compañera incómoda a la que había que vigilar, ha escalado ahora a la categoría de virtud incontestable. Si las prisas, en la vida, son malas consejeras, en el periodismo, son las peores. Las carreras a las que cada mañana asistimos por ganar cuota de presencia en las redes sociales son, en estos tiempos, inevitables. O estás ahí, o no existes, sobre todo si eres una cabecera que quiere abrirse paso en esta nueva jungla. Pero las nuevas tecnologías no obligan a nadie a caer en la banalidad o en la mentira, por acción u omisión.
Uno de los principales males de este oficio ha sido el periodismo verosímil: que lo que se cuenta tenga sentido aunque no haya certeza alguna de la veracidad de lo publicado. En este difícil ejercicio de ilusionismo periodístico ha habido, y hay, verdaderos maestros que se han llevado por delante honras y prestigios, luego apenas recompuestos por tardías decisiones judiciales. Con las redes sociales el fenómeno, en lugar de retroceder, puede expandirse de forma casi epidémica. Salvo que apliquemos el CCF de Campos.
Y la contaminación será inevitable si los medios en general, y los nuevos en particular, el aire fresco del que algunos hablan, aceptan la equiparación con Twitter, Facebook y demás familia. Las redes no son ni mejores ni peores que los medios; pero no son medios. Que los medios adapten sus tiempos y prioridades a lo que no son más -ni menos- que gigantescas herramientas de intercomunicación sin apenas posibilidad de contraste ni filtro, sería algo muy parecido a renunciar al buen periodismo.
Nunca he entendido la aparente normalidad con la que se acepta que políticos y periodistas compartan mesa en tertulias y debates. Es más, creo que la presencia como tertulianos habituales en radios y platós de televisión de unos y otros, ha contribuido a que los ciudadanos hayan minusvalorado a un tiempo el papel del político y el del periodista. De este modo, el descrédito de la política ha arrastrado a la prensa. No es extraño ver en estos programas a periodistas y políticos que opinan casi lo mismo; a políticos que interpelan a periodistas, en lugar de ser interpelados. A periodistas que aplauden, en lugar de cuestionar lo que escuchan. Un tótum revolútum que ha llevado a muchos a considerar a la prensa parte integrante del poder, y no un contrapoder.
Y ahora, esta evidencia, a mi juicio destructiva, está a punto de solaparse con otra igualmente malsana: el periodismo que apuesta por cualquier invectiva que se abra paso en la red, el periodismo militante y acrítico al que solo interesa el aplauso de las nuevas corrientes de opinión y se somete gustoso a la tiranía del retuit.
Yo le aconsejo a Cristian Campos que a pesar de los insultos no
desista. Que llevar la contraria con argumentos es un sano ejercicio
que, mientras podamos, algunos estamos dispuestos a seguir patrocinando.
Entre otras cosas para que este oficio de periodista no acabe siendo
una puta mierda.
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