Mario Diament Periodista. Dramaturgo.
Ex director de El Cronista
Mario Diament Periodista. Dramaturgo.
Ex director de El Cronista
A los ataques del gobierno a la prensa no alineada y a
los de los complacientes periodistas apostólicos, se sumaron esta semana los
dichos del periodista Eduardo Aliverti, a raíz del trágico episodio que
protagonizó su hijo, Pablo García.
Lo que estoy viviendo me ratifica con creces la gente que me vale la pena y la que no, pero al margen de lo sentimental también me ratificó quiénes ejercen periodismo y quiénes son una basura técnicamente hablando, expresó en su programa de la emisora La Red.
Aliverti tiene razón en enfurecerse por el asedio del que fueron objeto tanto él como su familia, pero como veterano que es de esta vapuleada profesión, debería comprender que ningún debate sobre ética periodística hubiera aliviado sus circunstancias.
La libertad de prensa, garantizada por todas las constituciones y sociedades democráticas, es simplemente eso: la libertad de investigar, acopiar y difundir información y emitir opinión sin censura previa. Y uno de los derivados de esta libertad es la posibilidad de decir lo que se desee acerca de las figuras públicas, en tanto y en cuanto no exista la deliberada intención de causar daño (malicia).
La interpretación de este derecho ha sido objeto de una abundante jurisprudencia. La conclusión más generalizada es que, si bien muchos de los excesos y abusos de este privilegio no le gustan a nadie y en ocasiones, repugnan a la moral y a la conciencia, no pueden limitarse ni regimentarse sin infringir la naturaleza esencial de la libertad de expresión. Sería como tratar de regular el sexo para combatir la prostitución.
La Justicia confronta la misma disyuntiva cuando debe tolerar que un criminal quede en libertad por algún tecnicismo. El principio es que la protección del inocente está por encima de la posible exoneración de un culpable.
Es cierto que muchos medios mienten, exageran, manipulan, distorsionan, ocultan y desinforman; pero es igualmente cierto que otros investigan, denuncian, exponen, defienden seriamente a las víctimas de atropellos y se esfuerzan por esclarecer la verdad.
Eventualmente, la mentira y el ocultamiento quedarán expuestos; pero el silencio o la obsecuencia nunca protegieron a nadie.
Uno de los fallos históricamente más relevantes de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos fue el que en 1988 enfrentó a la revista Hustler con el reverendo Jerry Falwell, uno de los líderes de la derecha evangélica cristiana.
Larry Flynt, el propietario de Hustler, una de las revistas más sexualmente explícitas, había publicado una parodia de una popular campaña de publicidad de la bebida Campari, que bajo el lema Cómo fue su primera vez presentaba a personajes famosos describiendo cómo fue la primera vez que bebieron Campari.
En su parodia, Hustler presentó al reverendo Falwell (un ostensible crítico de la publicación) contando cómo había sido su primera vez, pero esta vez referida a su iniciación sexual. La revista ponía en boca del predicador evangelista el decir que su primera experiencia sexual había sido con su madre, cuando ambos estaban ebrios, y había elegido debutar con ella, en vista de que era público que ella le había hecho pasar un muy buen rato a otros hombres del pueblo.
Falwell, comprensiblemente indignado, demandó a Flynt y a Hustler y una Corte de Distrito falló en su favor. Pero el belicoso propietario de Hustler apeló y el caso llegó a la Corte Suprema.
Presidido por el juez Richard Renquist, un conservador, el Tribunal Superior, en una decisión unánime (8-0) revocó el fallo de la Cámara, con un argumento excepcional, que aún resuena en las audiencias toda vez que aparecen intentos de silenciar a la prensa.
En el corazón de la Primera Enmienda radica el reconocimiento de la importancia fundamental del libre fluir de ideas y opiniones en cuestiones de interés y preocupación públicos, decía el argumento. La libertad de de expresión no es solo un aspecto de la libertad individual - y en consecuencia, un bien en sí mismo - sino también es esencial para la búsqueda común de la verdad y para la vitalidad de la sociedad en su conjunto.
Debemos, por lo tanto, mantenernos particularmente vigilantes para asegurar que las expresiones individuales de ideas permanezcan libres de sanciones por parte del gobierno.
Y añadía como conclusión:
El interés por proteger la libertad de expresión, bajo los términos de la Primera Enmienda, sobrepasa el interés del Estado de proteger a las figuras públicas de expresiones patentemente ofensivas.
Churchill solía decir que la democracia era la peor forma de gobierno si se exceptuaban todas las demás y se podría pensar que con la prensa ocurre algo similar.
Con todos sus ocasionales traspiés y abominaciones, no existe sustituto del rol de la prensa independiente en una sociedad democrática. Basta mirar el estado de aquellos países donde tal garantía no existe para inmediatamente considerar si es a esto a lo que se aspira.
Lo que estoy viviendo me ratifica con creces la gente que me vale la pena y la que no, pero al margen de lo sentimental también me ratificó quiénes ejercen periodismo y quiénes son una basura técnicamente hablando, expresó en su programa de la emisora La Red.
Aliverti tiene razón en enfurecerse por el asedio del que fueron objeto tanto él como su familia, pero como veterano que es de esta vapuleada profesión, debería comprender que ningún debate sobre ética periodística hubiera aliviado sus circunstancias.
La libertad de prensa, garantizada por todas las constituciones y sociedades democráticas, es simplemente eso: la libertad de investigar, acopiar y difundir información y emitir opinión sin censura previa. Y uno de los derivados de esta libertad es la posibilidad de decir lo que se desee acerca de las figuras públicas, en tanto y en cuanto no exista la deliberada intención de causar daño (malicia).
La interpretación de este derecho ha sido objeto de una abundante jurisprudencia. La conclusión más generalizada es que, si bien muchos de los excesos y abusos de este privilegio no le gustan a nadie y en ocasiones, repugnan a la moral y a la conciencia, no pueden limitarse ni regimentarse sin infringir la naturaleza esencial de la libertad de expresión. Sería como tratar de regular el sexo para combatir la prostitución.
La Justicia confronta la misma disyuntiva cuando debe tolerar que un criminal quede en libertad por algún tecnicismo. El principio es que la protección del inocente está por encima de la posible exoneración de un culpable.
Es cierto que muchos medios mienten, exageran, manipulan, distorsionan, ocultan y desinforman; pero es igualmente cierto que otros investigan, denuncian, exponen, defienden seriamente a las víctimas de atropellos y se esfuerzan por esclarecer la verdad.
Eventualmente, la mentira y el ocultamiento quedarán expuestos; pero el silencio o la obsecuencia nunca protegieron a nadie.
Uno de los fallos históricamente más relevantes de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos fue el que en 1988 enfrentó a la revista Hustler con el reverendo Jerry Falwell, uno de los líderes de la derecha evangélica cristiana.
Larry Flynt, el propietario de Hustler, una de las revistas más sexualmente explícitas, había publicado una parodia de una popular campaña de publicidad de la bebida Campari, que bajo el lema Cómo fue su primera vez presentaba a personajes famosos describiendo cómo fue la primera vez que bebieron Campari.
En su parodia, Hustler presentó al reverendo Falwell (un ostensible crítico de la publicación) contando cómo había sido su primera vez, pero esta vez referida a su iniciación sexual. La revista ponía en boca del predicador evangelista el decir que su primera experiencia sexual había sido con su madre, cuando ambos estaban ebrios, y había elegido debutar con ella, en vista de que era público que ella le había hecho pasar un muy buen rato a otros hombres del pueblo.
Falwell, comprensiblemente indignado, demandó a Flynt y a Hustler y una Corte de Distrito falló en su favor. Pero el belicoso propietario de Hustler apeló y el caso llegó a la Corte Suprema.
Presidido por el juez Richard Renquist, un conservador, el Tribunal Superior, en una decisión unánime (8-0) revocó el fallo de la Cámara, con un argumento excepcional, que aún resuena en las audiencias toda vez que aparecen intentos de silenciar a la prensa.
En el corazón de la Primera Enmienda radica el reconocimiento de la importancia fundamental del libre fluir de ideas y opiniones en cuestiones de interés y preocupación públicos, decía el argumento. La libertad de de expresión no es solo un aspecto de la libertad individual - y en consecuencia, un bien en sí mismo - sino también es esencial para la búsqueda común de la verdad y para la vitalidad de la sociedad en su conjunto.
Debemos, por lo tanto, mantenernos particularmente vigilantes para asegurar que las expresiones individuales de ideas permanezcan libres de sanciones por parte del gobierno.
Y añadía como conclusión:
El interés por proteger la libertad de expresión, bajo los términos de la Primera Enmienda, sobrepasa el interés del Estado de proteger a las figuras públicas de expresiones patentemente ofensivas.
Churchill solía decir que la democracia era la peor forma de gobierno si se exceptuaban todas las demás y se podría pensar que con la prensa ocurre algo similar.
Con todos sus ocasionales traspiés y abominaciones, no existe sustituto del rol de la prensa independiente en una sociedad democrática. Basta mirar el estado de aquellos países donde tal garantía no existe para inmediatamente considerar si es a esto a lo que se aspira.
Comentarios
Publicar un comentario