Por Lucía Nápoli (Infopuntual)
El uso de las redes sociales en las manifestaciones como modo de organización y comunicaciones ya no es novedad, aunque llama la atención la inseguridad que genera en los gobiernos. La libertad de expresión no puede ser utilizada según le convenga al poder.
Cuando el régimen de Mubarak “desconectó” Internet y la telefonía móvil al verse acorralado por los manifestantes en la Plaza Tahrir, Occidente no dudó en condenar la acción como una violación de la libertad de expresión. Sin embargo, en Londres, donde el descontento y la muerte de un ciudadano incendiaron la ciudad, la empresa Research in Motion, fabricante de Backberry, sintió la necesidad de cooperar con el Ministerio Interior inglés para interceptar las comunicaciones.
En enero pasado, en pleno estallido de la “primavera árabe”, y ante el temor a perder miles de usuarios, Blackberry acordó entregar códigos de los usuarios para tratar de evitar una prohibición a su servicio de mensajería instantánea en Arabia Saudita.
El miedo a la libertad de expresión pone en jaque a la clase política y ésta a la vez presiona a las empresas con cancelar contratos millonarios. El poder alude ver amenazada su seguridad nacional, como la OTAN que manifestó su determinación de enfrentarse a las ciberamenazas. Lo que cabría preguntarse es por qué el papel protagonista de las redes sociales en las sociedades modernas incomoda. ¿No es primordial en los sistemas democráticos la opinión de sus ciudadanos?
No está de más recordar que el Muro de Berlín cayó en un mundo sin Internet y celulares.
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