Por Mario Diament, Periodista, Dramaturgo, ex Director de El Cronista
En estos días, resulta fascinante comprobar cómo esa
maravilla llamada smartphone, ese súmmum de logros tecnológicos puestos
al servicio de la comunicación oral, ha terminado devorándose a sí
mismo.
Hablar por teléfono se ha vuelto una antigüedad, una práctica de gente vieja, un ejercicio tan obsoleto como el arte epistolar. Adolescentes y jóvenes adultos ya no hablan, textean (cuando el mensaje va a una persona específica) o twittean (cuando la audiencia es más amplia).
Una reciente investigación de la organización Pew reveló que el 63 por ciento de los adolescentes norteamericanos textea todos los días, comparado con un 39 por ciento que hace llamadas telefónicas. Un estudio de la empresa británica Ofcom deparó índices similares en Inglaterra. Y la brecha tiende a ampliarse.
El método de tipeo más habitual es por medio de los pulgares, posiblemente los dedos menos apreciados de la mano humana, que súbitamente han encontrado una inesperada actualidad.
Es dable notar que la mano del primate típico consta de un pulgar diminuto en comparación con los otros dedos, que son largos y curvos. En contraste, el pulgar humano es mucho más largo, muscular y móvil. De persistir este método de texteo, el proceso evolucionario terminará por convertir al pulgar en un dedo más largo y dúctil que los demás, lo que traerá como consecuencia que las futuras generaciones que lean Pulgarcito no entenderán de qué se trata.
Pero si el pulgar se alarga, ¿ocurre lo mismo con el cerebro o con el corazón?
No es necesario buscar demasiadas pruebas acerca de la vigencia de este fenómeno. Las evidencias están a la vista: en cualquier subte, ómnibus, café, cine o simplemente caminando, se advierte a los jóvenes sumergidos en las pantallas de sus celulares, descargando mensajes, mientras sus pulgares se mueves vertiginosamente, respondiéndolos.
Buena parte de la comunicación entre padres e hijos también se ha trasladado al campo del texteo. Algunos han llegado al extremo de textear de una habitación a la otra, evitando así los riesgos de un intercambio oral.
Tampoco es extraño encontrar parejas en un restaurante o un café, sentadas frente a frente, texteando. Es difícil discernir si se textean entre sí o lo hacen con otra gente de su círculo, pero lo que es seguro es que no conversan y cuando lo hacen, generalmente es acerca de los mensajes que están recibiendo.
Como es fácil imaginar, textear no demanda escribir correctamente ni mucho menos respetar las reglas ortográficas. Más bien, lo que se encuentra en proceso de producción es un nueva grafía, a mitad de camino entre la escritura convencional y la taquigrafía. Para expresar sentimientos de afecto, rencor, placer o disgusto existe una rica iconografía llamada emoticones, que sustituye la necesidad de ponerle palabras a las emociones.
Sociólogos, psicólogos, pedagogos y otros estudiosos de la conducta humana no toman este fenómeno con ligereza. Abundan los estudios y artículos analizando la gradual pérdida de la capacidad de socializar entre adolescentes y jóvenes adultos y, en algunos casos, a los propios adultos, muchos de los cuales ha adoptado la tendencia como una manera de retener el espíritu juvenil.
George Small, autor del libro iBrain: Surviving the Technological Alteration of the Modern Mind, afirma que ningún dispositivo electrónico puede sustituir la comunicación cara a cara. Los seres humanos se valen de muchos signos no verbales, desde moverse nerviosamente a golpear con los pies, o hacer largas pausas o mantener contacto visual. Leer estos signos es una destreza que los jóvenes no están adquiriendo cuando se esconden detrás de todos estos adminículos electrónicos.
La popularidad de los mensajes instantáneos y otros medios sociales no ha escapado a los líderes políticos, quienes han advertido rápidamente las posibilidades de comunicarse por medio de mensajes escuetos con una amplia audiencia, sin necesidad de dar la cara ni de responder a preguntas incómodas.
La presidenta Cristina Fernández es una fervorosa usuaria de estos métodos. Sus mensajes de twitter incluyen comentarios, reflexiones y anuncios que llevan el propósito de humanizarla, de mostrarla como una ciudadana más. Su lenguaje es cotidiano, desprovisto de formalismos, como si le estuviera hablando a la gente de igual a igual.
Pero como en el caso del texteo, se trata de un artilugio que pasa por ser una emoción verdadera. En la práctica, no es otra cosa que un emoticón.
Comentarios
Publicar un comentario