La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano organizó un encuentro de nuevos cronistas
Una crónica es lo opuesto a la noticia, y quien la escribe es alguien que se toma tiempo para ver
Leila Guerriero, en "El País"
Del 10 al 12 de octubre de 2012, en Ciudad de México, se reunió un
grupo de 92 periodistas, en su mayoría latinoamericanos, durante un
encuentro llamado Nuevos Cronistas de Indias organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. En el cierre, el argentino Martín Caparrós
resumió lo sucedido con un texto en el que puede leerse: “Hubo, también
—hubo sobre todo—, cruces, propuestas, contactos (…) Somos
privilegiados. Hemos decidido hacer el trabajo que nos gusta y, a veces,
incluso lo logramos (…)”. Más trabajo, propuestas, privilegio: esas
eran las palabras con las que concluía un encuentro dedicado a la
crónica, género que, en América Latina, define a piezas periodísticas
que utilizan, para contar historias reales, herramientas estilísticas de
la ficción y que, después de sobrevivir en apenas un puñado de revistas
empeñosas, atraviesa, desde hace cinco o seis años, un momento mejor.
El más grave de los peligros mentados durante el encuentro fue que el
género, cuya naturaleza es marginal, se pusiera de moda. La palabra
“crisis” no fue el centro de la discusión.
Pienso en octubre en México y recuerdo —inevitablemente— septiembre
en Madrid, cuando hablé con unos 20 periodistas de distintos medios y
todos, antes o después, me hicieron la misma pregunta: “¿Cómo ves el
futuro de la profesión, qué piensas de la crisis que atraviesa?”. Pero
no había más que mirarles la cara para entender que no le veían, a esto,
futuro de ningún color. Son tiempos raros. Los medios buscan la manera
de enfrentarse al mundo digital, a la caída de las ventas y, como una
forma de solución a esos —y otros— problemas, los periodistas deben
salir a la calle a hacer diez artículos por día munidos de grabadora,
tableta, teléfono móvil y cámara de fotos mientras, al mismo tiempo, se
promueve la idea del periodismo ciudadano, que consiste en decirle a
todo el mundo que eso que los periodistas hacen lo puede hacer
cualquiera. El encuentro de México estaba centrado en un género
periodístico que, más que nunca, parece un género del pasado. Una
crónica es lo opuesto a la noticia, y un cronista es, por definición,
alguien que llega tarde, que se toma tiempo para ver y tiempo para
contar eso que vio. La crónica no es ni el único género que necesita el
periodismo ni, mucho menos, su género mejor. Pero, pensando en octubre
en México y en septiembre en Madrid, me pregunté por ese contraste raro:
a un lado del mar un grupo de periodistas se reúne para discutir con
entusiasmo acerca de eso que su precámbrico oficio hasta hace poco no
tenía —porvenir—, mientras, al otro lado del mar, un grupo de
periodistas se pregunta con angustia acerca de eso que su oficio
ultramoderno parece no tener: porvenir. Y pensé que quizás haya alguna
pista para desentrañar tamaño intríngulis en el hecho de que,
para los periodistas latinoamericanos, la precariedad y la crisis no son
una consecuencia de los nuevos usos sino algo que siempre estuvo allí.
Creo que no sería aventurado decir que la mayor parte de quienes se reunieron en México tiene más de un trabajo y que, durante los últimos años, han hecho lo que hicieron —dirigir revistas de crónicas, escribir crónicas— con lo único que tenían a mano: la tozudez y la convicción de que valía la pena, con la complicidad de sus editores y a pesar de ellos, con la complicidad de los grandes medios y a pesar de ellos, con buenas compensaciones económicas y a pesar de sus cuentas bancarias. Y todo indica que lo seguirán haciendo a pesar de modas, indiferencias, crisis. Daniel Titinger es peruano. Fue, durante dos años, editor de una revista de crónicas en su país, llamada Etiqueta Negra, donde cobraba un sueldo de trescientos dólares. Para poder hacerlo, trabajaba como relacionista público de una empresa de energía. Titinger, que ahora trabaja en un grupo de publicaciones masivas y sigue escribiendo crónicas cuando puede, decía, hace un año: “Yo trabajo 12 horas al día, y aun así quiero seguir escribiendo crónicas. Y no escribes por dinero ni por fama. Escribes para no estar triste”. Lo decía Atticus Finch en la novela Matar a un ruiseñor, de Harper Lee: “Uno es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida de antemano, lo intenta a pesar de todo y lucha hasta el final (…) Uno vence raras veces, pero alguna vez vence”. Quizás esa fue la forma que algunos periodistas latinoamericanos encontraron para hacer lo que hacen: saber que lo mejor que pueden esperar es el peor de los escenarios posibles y, aun así, ejercer la insistencia hasta el final. Y entonces, alguna vez, vencer.
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