Portada del libro de mi amigo J.L. Sanchis |
Por Rosa de Bustos, en "Gabinete de Prensa"
Cuando se habla de la crisis del periodismo actual que vive España, y no
me refiero a la económica, se subraya la responsabilidad de las
empresas y de los propios periodistas en el desprestigio de la
información y de la profesión, pero no he escuchado a nadie referirse a
la contribución de los jefes de prensa o directores de comunicación a
esta situación. Y la tienen.
Dice la RAE, en sus dos primeras acepciones de la palabra, que propaganda es la “acción o efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores”, junto con “los textos, trabajos y medios empleados para ese fin”. En la Facultad la estudiábamos como definición de la publicidad política. Y Wikipedia recuerda el lado más sombrío del concepto:
Los periodistas españoles que cubren las noticias políticas vienen quejándose desde hace tiempo de que no se les facilita el acceso a la información. Ruedas de prensa sin preguntas, canutazos (breve declaración para cámaras y micrófonos que apenas excede un titular) y la dificultad de acceso a las fuentes son algunos de los procedimientos, denunciados en su día por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España en el Manifiesto contra las ruedas de prensa sin preguntas y otras anomalías informativas, que se han consolidado y generalizado en el quehacer informativo.
No nos equivoquemos. Los políticos tienen su culpa. Pero, tras las ruedas de prensa o las declaraciones sin preguntas, los canutazos (que aseguran el titular pretendido pero que impiden pedir una aclaración o profundización), y el bloqueo del acceso a las fuentes hay, en la mayoría de las ocasiones, jefes de prensa o directores de comunicación, es decir periodistas (muchos llegados de los medios de referencia de este país), que son los que asesoran y deciden que eso sea así y no de otra manera.
Trabajé en la época de la Transición Política Española y fui testigo entonces de que instituciones, organizaciones políticas y empresas buscaban a periodistas conocedores de los procedimientos informativos, capaces de implementarlos y favorecer así la comunicación y el flujo de información entre la prensa y el poder. Hoy parece que se contrata a los jefes de prensa para justo lo contrario.
Todos debemos asumir nuestra parte de responsabilidad. Y en estos convulsos tiempos (fascinantes desde el punto de vista de la información), los que buscan director de comunicación o se ofrecen como jefe de prensa deberían saber muy bien qué compromiso están dispuestos a asumir con el artículo 20 de la Constitución.
Dice la RAE, en sus dos primeras acepciones de la palabra, que propaganda es la “acción o efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores”, junto con “los textos, trabajos y medios empleados para ese fin”. En la Facultad la estudiábamos como definición de la publicidad política. Y Wikipedia recuerda el lado más sombrío del concepto:
Al contrario que el suministro de información imparcial, la propaganda, presenta información sobre todo para influir en una audiencia. La propaganda presenta a menudo hechos de forma selectiva, por lo tanto, puede llegar a mentir para fomentar un particular, o utiliza los mensajes para producir una respuesta más emocional que racional a la información presentada. El objetivo deseado es promover como resultado un cambio de la percepción del tema, incluyendo la percepción de la importancia, en el público.
Los periodistas españoles que cubren las noticias políticas vienen quejándose desde hace tiempo de que no se les facilita el acceso a la información. Ruedas de prensa sin preguntas, canutazos (breve declaración para cámaras y micrófonos que apenas excede un titular) y la dificultad de acceso a las fuentes son algunos de los procedimientos, denunciados en su día por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España en el Manifiesto contra las ruedas de prensa sin preguntas y otras anomalías informativas, que se han consolidado y generalizado en el quehacer informativo.
No nos equivoquemos. Los políticos tienen su culpa. Pero, tras las ruedas de prensa o las declaraciones sin preguntas, los canutazos (que aseguran el titular pretendido pero que impiden pedir una aclaración o profundización), y el bloqueo del acceso a las fuentes hay, en la mayoría de las ocasiones, jefes de prensa o directores de comunicación, es decir periodistas (muchos llegados de los medios de referencia de este país), que son los que asesoran y deciden que eso sea así y no de otra manera.
Trabajé en la época de la Transición Política Española y fui testigo entonces de que instituciones, organizaciones políticas y empresas buscaban a periodistas conocedores de los procedimientos informativos, capaces de implementarlos y favorecer así la comunicación y el flujo de información entre la prensa y el poder. Hoy parece que se contrata a los jefes de prensa para justo lo contrario.
Todos debemos asumir nuestra parte de responsabilidad. Y en estos convulsos tiempos (fascinantes desde el punto de vista de la información), los que buscan director de comunicación o se ofrecen como jefe de prensa deberían saber muy bien qué compromiso están dispuestos a asumir con el artículo 20 de la Constitución.
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