Un análisis sobre la evolución de la política comunicacional a lo largo de los gobiernos kirchneristas. De cómo comenzaron queriendo influir en los medios independientes hasta que conformaron un poderoso multimedio oficialista y para-oficialista en el que no sólo desaparece el periodismo para devenir mera propaganda sino que, además, se intenta destruir todo periodismo que se resista a ser mera propaganda, a la vez que se alienta el sensacionalismo televisivo para ponerlo al servicio directo del poder político.
Por Luis Rosales - Ex-columnista de C5N - Especial para Los Andes.
Ya van casi diez años de gobierno K y así
como el paso del tiempo se va notando en la decadencia de los rostros y
discursos de sus principales protagonistas y en el resquebrajamiento de
las columnas en donde se sostenía el "modelo", el reloj ha corrido
también en lo referente a las estrategias de comunicación del gobierno.
En los primeros años se apeló a celebrar alianzas con los medios existentes, tratando de mostrar la acción de gobierno y de minimizar las críticas. Nada muy distinto a las democracias más avanzadas del planeta, aunque por la intensidad de las presiones ya se insinuaba una tendencia peligrosa a la idea del pensamiento único.
Luego llegó el tiempo de lanzar medios afines, estatales o privados, procurando competir por las audiencias aunque con una enorme y desleal ventaja debido a la gigantesca pauta publicitaria pagada por todos los argentinos. Pero como la calidad no se consigue tan fácilmente por más plata de que se disponga, la mayoría de estos emprendimientos fueron probando ser verdaderos elefantes blancos que no se sostendrían de no ser por la ayuda estatal. Una pobre contribución a la idea del gran hermano todopoderoso e influyente.
Finalmente se decidió a ir por todo, comprando los paquetes accionarios o controlando los contenidos de los diferentes multimedios ya instalados. En caso de que se resistieran, la orden era desguazarlos o destruirlos a través de todos los procedimientos disponibles. Así, a algunos se los amenaza con las licencias, con el posible retiro de otras concesiones en manos de las empresas controlantes o con el manejo discrecional de la pauta publicitaria pública.
De esta forma se fue conformando un mapa de medios oficialistas y para-oficialistas que ha crecido en forma significativa hasta llegar a ser, por lejos, la principal oferta disponible.
Pero aquí radica el mayor riesgo de todo este esquema perverso. Muchos de estos medios dicen ser independientes, cuando en realidad son controlados desde los despachos principales del poder. Simulan ofrecer de todo pero en realidad ofrecen una sola campana.
En cada caso, el componente principal varía según la naturaleza del medio.
En algunos canales, por ejemplo, es el fútbol para todos, que ha probado ser una herramienta formidable para la venta del ya decadente modelo que, entre goles y entretiempos, hasta incluye operaciones políticas desembozadas.
En otros, son las novelas latinoamericanas que, a puro llanto y romanticismo, logran bajar la guardia y abrir los corazones para la entrada hasta el fondo del mensaje uniforme de los informativos pro gubernamentales.
Algo más compleja es la situación de las señales de noticias en las que se supone debe haber pluralidad y mucha información. La fórmula que hoy se va aplicando incluye una combinación de entretenimiento masivo y liviano, mucho espectáculo y policiales, con muy poca información que provoque el análisis y la reflexión. Casi nada de economía o política internacional.
Lo viví en carne propia cuando en los últimos tiempos, mientras el mundo se debatía en la guerra civil siria, la amenaza de enfrentamiento entre Israel e Irán, el abismo fiscal norteamericano o la decadencia terminal en la salud del principal aliado regional del kirchnerismo, en las rutinas de los noticieros centrales sólo aparecían temas que tenían más que ver con aquellos programas de presentación de videos insólitos de los años ochenta. Un impresionante choque de autos en Corea a raíz del congelamiento de una ruta, o una señora muy ebria que lograba sobrevivir a una caída en las vías del subterráneo de Praga, o las ya tradicionales e inagotables series de imágenes que llegan de China mostrando las situaciones más increíbles y ridículas que se pueda imaginar.
Todos temas "gancheros" con el ánimo de tratar de empatar o sobrepasar el rating de la competencia, casi sin importar la calidad periodística y sólo interrumpidos por informes demoledores en contra de los enemigos políticos del gobierno, las publinotas oficialistas o por los discursos presidenciales, devastadores en materia de rating que, como en el juego de la oca, hacen retroceder todo hasta el punto de partida.
Por eso en ese esquema no hay prácticamente lugar para los periodistas independientes y se necesitan propagandistas. Una tendencia que, de mantenerse y extenderse, corre el riesgo de ir llevando a la Argentina a posiciones más cercanas a la admirada Cuba o Venezuela, sacrificando el valor central de la libertad de expresión, pilar sobre el que se construyen las sociedades verdaderamente tolerantes y plurales.
Este sistema de democracias legitimadas en su origen, pero peligrosamente autocráticas en sus procedimientos e institucionalidad, se va extendiendo por todos los continentes y constituye la verdadera amenaza actual al sistema de la libertad y respeto de los derechos individuales que, surgido a fines del siglo XVIII, se fue consolidando en el XIX y XX después de las grandes luchas contra los totalitarismos tanto de izquierda como de derecha.
Un esquema peligroso y engañoso que, en materia de libertad de expresión, puede confundirse como plural, integrador y variado pero que esconde el germen del pensamiento único y de la manipulación de la opinión pública, último recurso disponible para un régimen que ve cómo la realidad va contradiciendo día a día a las fantasías del relato.
En los primeros años se apeló a celebrar alianzas con los medios existentes, tratando de mostrar la acción de gobierno y de minimizar las críticas. Nada muy distinto a las democracias más avanzadas del planeta, aunque por la intensidad de las presiones ya se insinuaba una tendencia peligrosa a la idea del pensamiento único.
Luego llegó el tiempo de lanzar medios afines, estatales o privados, procurando competir por las audiencias aunque con una enorme y desleal ventaja debido a la gigantesca pauta publicitaria pagada por todos los argentinos. Pero como la calidad no se consigue tan fácilmente por más plata de que se disponga, la mayoría de estos emprendimientos fueron probando ser verdaderos elefantes blancos que no se sostendrían de no ser por la ayuda estatal. Una pobre contribución a la idea del gran hermano todopoderoso e influyente.
Finalmente se decidió a ir por todo, comprando los paquetes accionarios o controlando los contenidos de los diferentes multimedios ya instalados. En caso de que se resistieran, la orden era desguazarlos o destruirlos a través de todos los procedimientos disponibles. Así, a algunos se los amenaza con las licencias, con el posible retiro de otras concesiones en manos de las empresas controlantes o con el manejo discrecional de la pauta publicitaria pública.
De esta forma se fue conformando un mapa de medios oficialistas y para-oficialistas que ha crecido en forma significativa hasta llegar a ser, por lejos, la principal oferta disponible.
Pero aquí radica el mayor riesgo de todo este esquema perverso. Muchos de estos medios dicen ser independientes, cuando en realidad son controlados desde los despachos principales del poder. Simulan ofrecer de todo pero en realidad ofrecen una sola campana.
En cada caso, el componente principal varía según la naturaleza del medio.
En algunos canales, por ejemplo, es el fútbol para todos, que ha probado ser una herramienta formidable para la venta del ya decadente modelo que, entre goles y entretiempos, hasta incluye operaciones políticas desembozadas.
En otros, son las novelas latinoamericanas que, a puro llanto y romanticismo, logran bajar la guardia y abrir los corazones para la entrada hasta el fondo del mensaje uniforme de los informativos pro gubernamentales.
Algo más compleja es la situación de las señales de noticias en las que se supone debe haber pluralidad y mucha información. La fórmula que hoy se va aplicando incluye una combinación de entretenimiento masivo y liviano, mucho espectáculo y policiales, con muy poca información que provoque el análisis y la reflexión. Casi nada de economía o política internacional.
Lo viví en carne propia cuando en los últimos tiempos, mientras el mundo se debatía en la guerra civil siria, la amenaza de enfrentamiento entre Israel e Irán, el abismo fiscal norteamericano o la decadencia terminal en la salud del principal aliado regional del kirchnerismo, en las rutinas de los noticieros centrales sólo aparecían temas que tenían más que ver con aquellos programas de presentación de videos insólitos de los años ochenta. Un impresionante choque de autos en Corea a raíz del congelamiento de una ruta, o una señora muy ebria que lograba sobrevivir a una caída en las vías del subterráneo de Praga, o las ya tradicionales e inagotables series de imágenes que llegan de China mostrando las situaciones más increíbles y ridículas que se pueda imaginar.
Todos temas "gancheros" con el ánimo de tratar de empatar o sobrepasar el rating de la competencia, casi sin importar la calidad periodística y sólo interrumpidos por informes demoledores en contra de los enemigos políticos del gobierno, las publinotas oficialistas o por los discursos presidenciales, devastadores en materia de rating que, como en el juego de la oca, hacen retroceder todo hasta el punto de partida.
Por eso en ese esquema no hay prácticamente lugar para los periodistas independientes y se necesitan propagandistas. Una tendencia que, de mantenerse y extenderse, corre el riesgo de ir llevando a la Argentina a posiciones más cercanas a la admirada Cuba o Venezuela, sacrificando el valor central de la libertad de expresión, pilar sobre el que se construyen las sociedades verdaderamente tolerantes y plurales.
Este sistema de democracias legitimadas en su origen, pero peligrosamente autocráticas en sus procedimientos e institucionalidad, se va extendiendo por todos los continentes y constituye la verdadera amenaza actual al sistema de la libertad y respeto de los derechos individuales que, surgido a fines del siglo XVIII, se fue consolidando en el XIX y XX después de las grandes luchas contra los totalitarismos tanto de izquierda como de derecha.
Un esquema peligroso y engañoso que, en materia de libertad de expresión, puede confundirse como plural, integrador y variado pero que esconde el germen del pensamiento único y de la manipulación de la opinión pública, último recurso disponible para un régimen que ve cómo la realidad va contradiciendo día a día a las fantasías del relato.
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