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Políticos: cuando el inconsciente los traiciona

El llanto de la ministra de Trabajo de Italia, Elsa Fornero, dio la vuelta al mundo y sirvió para ilustrar el lado humano del severo ajuste dispuesto por ese país para salir de la crisis. ¿Por qué los hombres públicos no siempre pueden controlar sus emociones? Los especialistas apuntan a una disociación entre la imagen pública que aspiran construir y sus convicciones personales.

 
 
 
 
 
 
 
Por Jorgelina do Rosario

Cifras y datos era lo que se esperaba. En su lugar, ganaron las lágrimas. Elsa Fornero, la flamante ministra de Trabajo de Italia, protagonizó esta semana lo que será uno de los momentos más recordados de la crisis europea, al romper en llanto luego de anunciar la eliminación de los privilegios del sistema de jubilaciones a partir de 2012. Agobiada por la magnitud del anuncio, la funcionaria del premier Mario Monti no pudo terminar su discurso. "Nos ha costado…" fueron las últimas palabras que la economista de 63 años pudo decir antes de quebrarse. "Creo que quería decir sacrificios", completó Monti, quien tuvo que tomar la posta y comunicar el ajuste.

Los momentos históricos (e incómodos) de la política y los exabruptos de los personajes del poder no son situaciones que se dan todos los días, y por eso, quizá, su impacto es aún más fuerte.

La reacción de Fornero -que nunca antes había pisado la arena política- no sólo sorprendió al mundo, sino que en la Argentina sus frescas lágrimas traen el recuerdo del llanto del ex ministro de Economía, Domingo Cavallo, en la década del '90. "¿Usted no tiene madre, que no sufre por lo que les pagan a los jubilados?", le espetó en público Norma Plá, quien se hizo conocida por encarnar a viva voz el descontento de los pasivos. Allí, en pleno Congreso, Cavallo comenzó a llorar. "No llore señor ministro, no llore. Tenga fuerza para defender lo suyo. Usted tiene madre...pero seguro que no está en la Plaza Lavalle con nosotros. Debe estar mejor", lo consolaba Plá.

A los gritos y golpes

No sólo de llantos se conforman los momentos más recordados de la política nacional. Años antes de las lágrimas de Cavallo, el entonces presidente Raúl Alfonsín encabezaba un acto en Neuquén cuando desde el público un hombre le gritó: "Queremos comer, tenemos hambre". "A vos no te va tan mal, gordito" fue la sanguínea respuesta que recibió por parte de Alfonsín. "Todos evitamos exteriorizar ciertas cuestiones en pos de nuestra adaptación social, y en el caso de los políticos, se suma la necesidad de construir una imagen determinada en función de una necesidad política", explica Pedro Horvat, psiquiatra de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

Y entonces, ¿por qué las figuras del poder no pueden controlar sus exabruptos? "Esa imagen construida coincide con algunos aspectos de la personalidad y va en contra de otros, permite la expresión de algunas emociones y acalla otras. Así, el político se encuentra en una tensión permanente entre su construcción y sus verdaderos impulsos", agrega el especialista. La constante exposición pública, que registra cada uno de sus movimientos, no hace más que acrecentar la necesidad de reprimir. "El exabrupto termina siendo como una caldera. Se tapa, junta presión, hasta que en un momento estalla", continúa Horvat.

En ciertas ocasiones, los momentos de tensión en la política van más allá de palabras vertidas en un acto público. La diputada Graciela Camaño se encargó de demostrarlo hace poco más de un año, y una vez más, el Congreso fue testigo. Ante la mirada de sus pares y los medios, la diputada por el Peronismo Federal le pegó una trompada al kirchnerista Carlos Kunkel, luego de que éste le gritara: "Yo nunca prometí falsamente que dos años no iba a robar y después seguía robando", en referencia a la histórica frase del dirigente sindical y esposo de Camaño, Luis Barrionuevo.

Camaño aseguró estar "arrepentida de lo que pasó", aunque pidió disculpas a la gente y no al diputado. "No voy a justificar mi actitud. Yo no me he equivocado, me he desbordado emocionalmente", agregó. Según Horvat, las disculpas post-exabruptos funcionan como una estrategia política, porque "se hace de la disculpa un gesto público".

Insultos internacionales

Si bien la clase política argentina es conocida por su fuerte pasión a la hora de los enfrentamientos, la "caldera política" no es una marca registrada de ningún país y puede surgir en el lugar menos pensado. Hugo Chávez logró colmar la paciencia del Rey Juan Carlos de España en la Cumbre Iberoamericana de 2007, luego de que el mandatario venezolano llamara "fascista" al ex presidente español José María Aznar. Con su estilo personal, Chávez continuaba con sus descalificaciones en la sesión plenaria hasta que el Rey, visiblemente enojado, gritó: "¿Por qué no te callas?". Luego, se retiró de la escena. Para su desgracia, la frase tuvo tal repercusión global que llegó a funcionar como una divertida estampa en remeras y pegadizos ringtones.

En otros casos, los insultos surgieron en entrevistas con la prensa. En 2002, el presidente uruguayo Jorge Battle generó uno de los roces diplomáticos más memorables con Uruguay. "Los argentinos son una manga de ladrones, desde el primero hasta el último", afirmó Battle a la TV.

Entre lágrimas, luego pidió perdón por sus declaraciones al pueblo argentino frente a su colega Eduardo Duhalde. Para la psicoanalista Esther Any Krieger, instantes como éste toman al público por sorpresa porque "la sociedad transfiere la imagen de padres ideales a un político y espera que los contenga, que sea una figura de autoridad, que los guíe, los proteja". Si están enojados u ofuscados, fríos o conmovidos, Krieger considera que "este tipo de estallidos podría despertar cierta desprotección" en la gente.

Los políticos norteamericanos tampoco son la excepción si de exabruptos se trata. Hace cinco años, palabras soeces del presidente George W. Bush se colaron inesperadamente en el centro de prensa de la cumbre del G-8, a través de micrófonos que habían quedado encendidos en un circuito cerrado. "Lo que deben hacer es lograr que Siria haga que Hezbollah deje de hacer tanta mierda y esto se acaba", disparó sobre el conflicto de Medio Oriente. El primer ministro británico, Tony Blair, se dio cuenta de que el micrófono estaba encendido, pero ya era demasiado tarde: los periodistas habían escuchado todo.

En una entrevista con el programa Today de NBC News, Barack Obama aseveró que estaba investigando “qué culo hay que patear” por el derrame de petróleo en el Golfo de México en 2010, en referencia a la empresa British Petroleum (BP). Este insulto fue un intento de proteger a su administración del desastre petrolero. 


Por su parte, los franceses se escandalizaron cuando Nicolás Sarkozy insultó a un hombre del público en un acto oficial en febrero de 2008. Ocurrió cuando éste se negó a darle la mano al mandatario galo: "¡Ah, no! ¡No me toques! Me ensuciás", le dijo el hombre. "Entonces salí de acá, pobre boludo", bramó el presidente francés. El intercambio fue filmado por la prensa, y el exabrupto quebró la imagen impoluta que los franceses tenían de su conductor.

Para Hervert, estas explosiones emocionales ocurren porque la política supone vivir de acuerdo a las reglas de la dinámica de poder, y esa aceptación entra en conflicto con los ideales personales de los funcionarios que ocupan cargos políticos. "Nadie que quiera permanecer en el poder puede permanecer ajeno a esta dinámica, más allá de sus convicciones. Muchas veces, los políticos son personas llevadas al límite de su esfuerzo físico o emocional y la dinámica del poder los violenta. No hay forma de transitar por eso sin daño personal", concluye. 

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